(Foto: Do u remember) Reacción francesa Las tradiciones reaccionarias de Francia (legitimismo y bonapartismo) fueron renovadas durante la Tercera República (1871-1940) con las ambiciones del general Boulanger que capitalizó las ansias de revancha contra el enemigo alemán, la irrupción de unas ligas patrióticas que enarbolaban el nuevo nacionalismo que surgió a raíz del affaire Dreyfus, y el desarrollo del antisemitismo propiciado por los escándalos de corrupción de las altas esferas financieras. Respecto al fascismo, varios historiadores siguen sosteniendo que el huevo de la serpiente se incubó en Francia, con una mezcla de los planteamientos sindicales de Sorel (que tanta influencia tuvieron en el nacionalsindicalismo hispano y en el pensamiento de José Antonio, que concebía España como un gigantesco sindicato de productores) y del nacionalismo chauvinista, encendido en la primera posguerra mundial por el resentimiento de algunas organizaciones de excombatientes. Lo cierto es que Charles Maurras aglutinó una serie de tendencias aparentemente contrapuestas (elitismo y socialismo, federalismo y centralismo, liberalismo y corporativismo, anticapitalismo y modernismo) en el “nacionalismo integral” de la Acción Francesa. El derrumbamiento del régimen de Vichy y de la política de “unión nacional” en torno a Pétain, acabaron desmenuzando esa mixtura contrarrevolucionaria y socialpopulista. Ya en la posguerra se abomina del colaboracionismo de figuras como la de Maurras, que había calificado la ocupación alemana como una “divina sorpresa”. El ex paracaidista Le Pen comenzó su carrera política como diputado enrolado en las filas de la Unión de Defensa de los Comerciantes y Artesanos de Pierre Poujade. En los años ochenta el Frente Nacional iniciaría su despegue electoral arremetiendo contra la inmigración, alarmando acerca de la inseguridad, y denunciando la contaminación multiculturalista de la pureza identitaria de los franceses. En las últimas elecciones el lepenismo ha vuelto a rebrotar abonado con el mismo estiércol. Que Le Pen no haya parado de atizar el odio contra los inmigrantes musulmanes, bramando contra “la invasión de millones de extranjeros que quieren imponernos una religión ajena a nuestra nación” entra dentro de su lógica racista, pero que Sarkozy se haya aventurado en ciertos debates identitarios es una preocupante irresponsabilidad. Podemos leer en “Así habló Zaratustra” que “Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro”. Más allá de la espuma sucia de las olas lepenistas, y con elección directa del presidente y representación política, a los franceses les falta conquistar la separación de poderes para disfrutar del mar de la democracia.