(Foto: Kuzeytac) Aprisionados   “La mayor cantidad de felicidad para el mayor número de gente” era la divisa de un Jeremy Bentham que tuvo además el extravagante propósito de calcularla (felicific calculus). Pero la más estupefaciente de sus propuestas consistió en “reformar la moral, preservar la salud, vigorizar la industria, difundir la instrucción, aliviar los gastos públicos, etcétera” mediante una simple idea arquitectónica: un presidio donde un solo guardián podría ver a los reclusos pero éstos no a él: el panóptico.   Esta cárcel perfecta sería aplicable a industrias, asilos de pobres, lazaretos, hospitales, manicomios, y escuelas: no sólo para asegurarse de que los niños estudiasen sino también para preservar la virtud o virginidad de las niñas. Con esas estaciones de trabajo repletas de celdillas ocupadas por un enjambre de oficinistas que son vigilados por el jefe desde su despacho acristalado, o con los sistemas de circuito cerrado que nos espían cada vez en más sitios, con la “sana” intención de protegernos, comprobamos que Bentham no iba en absoluto descaminado.   Sin embargo, el padre del utilitarismo estaba en contra del abuso de la prisión provisional o ese tormento disfrazado que se impone sin juicio: “Si esa clausura se prolongase hasta el día de la audiencia definitiva el más inocente de los hombres llegaría al tribunal sin haberse podido aconsejar libremente ni reunir sus pruebas y no estaría en condiciones de enfrentarse con sus acusadores”. Después del interrogatorio judicial del imputado, la prisión preventiva, excluida la función de conservación de las pruebas, no tiene justificación, salvo que se pretenda obstaculizar la defensa y forzar la confesión del acusado.   Los crímenes de una naturaleza particularmente repugnante -los preferidos por el sensacionalismo mediático- provocan en una parte importante de la opinión alarmada, el temor de que un delincuente no juzgado no sea castigado de forma inmediata, y por tanto, la reclamación social de una prisión provisional con finalidades represivas. Pero el proceso penal no sirve para “tranquilizar” a la mayoría, sino para proteger, incluso contra ésta, a individuos que, a pesar de ser muy sospechosos, no pueden ser considerados culpables sin pruebas.   Abundan los abastecedores de prisiones, no sólo por oficio. Hombres de instintos legales que creen, dentro de la lógica del régimen vigente, que la encarcelación es el destino justo para todo enemigo declarado de la ley. Pero decir que sólo lo que ordenan o prohíben las leyes positivas es justo o injusto, es tanto como sostener que antes de que se trazara círculo alguno, no eran iguales todos sus radios.

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