(Foto: luzbel2) Ellos El juancarlismo fue la mera sustitución del franquismo. La necesidad de homologarse políticamente con los países de nuestro entorno hizo que los grupos parlamentarios, ya permitidos en la fase terminal de la Dictadura como novedosa apariencia, se tornaran en partidos políticos, naturalmente a cuenta del Estado totalitario. La admisión de los viejos exiliados y de sus descendientes políticos bastó para rellenar un completo espectro estatal y hacerlo pasar por nacional, ahora “democrático”. ¿Quién podría alertar a la mansa sociedad española de esta maniobra, sobre todo después de que el juancarlismo aflojara el lazo de la censura a los agradecidos voceros públicos que ya se permitían medrar (algo que éstos glosaron como “libertad de expresión”)? ¿Acaso los avanzados europeos no practicaban semejante orden institucional? El aparato totalitario del franquismo había succionado a la sociedad. Lo civil no podía existir sin desnaturalizarse a través de lo orgánico. La inanidad ante semejante monopolio del poder solamente era evitable con el amparo clientelar de los cabecillas del Régimen. Y para la actividad económica, sometida al Estado corporativista, ello era infranqueable. El juancarlismo de varios partidos lo continuó. El pajarillo nacido en cautividad se niega a abandonar la jaula aunque ésta esté abierta, sobre todo cuando la comida se sirve dentro. Todo es licencia estatal. Los sindicatos verticales dejaron su lugar a las franquicias de los partidos de izquierda. Y los patronos, ¡también se asocian!, algo que solamente tiene sentido para que su peso no sea insignificante cuando sólo pueden aspirar a ser pequeñas o, como mucho, medianas. Es el neocorporativismo de la negociación colectiva, cuestión interna de la economía española, oráculo gubernamental para unos empresarios que no podrán prosperar, y tragicomedia de los trabajadores que deben perder. No. A ellos no les toca. Los financieros de la Monarquía de partidos se saben a salvo. La ruina de los demás les ha servido a ellos. Haciéndose con las antiguas empresas estatales, oportuna contrapartida de la alianza con la casta política del posfranquismo que todavía sostienen, han alcanzado el paraíso en el limbo económico de lo multinacional a través de la CEE, infernal condena para todos los demás.