Macro water drop (foto: Hyperqurl – Tanya Ann) El conservadurismo y Rohmer No estoy de acuerdo con mi amigo Rafael Serrano (“La naturalidad de Rohmer”) en que Eric Rohmer sea natural, sino un decepcionado idealista refugiado en los aspectos superficialmente estéticos de la fenomenología. El conservadurismo -y el cine de Rohmer es conservador (lo cual hace más meritoria y paradójica su capacidad de fascinar a la izquierda tradicional)- es sabio, quizá primitivamente sabio, a la hora de reconocer lo suyo a la naturaleza que nos acoge: el devenir, el ímpetu, el interés primordial, cierto ritmo, las armonías y asperezas ineludibles, el estar, el espacio. El director francés comprendió que, entre la resignación y la ambición, el habla crea su propia realidad y decidió filmarla para presentar la mentira como dato. Pero, a la vez, el cineasta muestra sus vergüenzas cuando se niega a enfrentar los hechos que presuponen los ideales o el deber de tomar las riendas de la propia vida, aunque esto pueda significar terminar en el arroyo. La cámara del pesimista documenta la condición humana como si de un accidente se tratara, con ojo bovino. Por desgracia, el tiempo se detiene y la cultura se seca si nuestra voluntad de acción no se superpone a la inercia colosal de la naturaleza. Nuestro arte, en el sentido más amplio que puede darse a este término, tiende a marcar una dirección racional donde no la hay, a centrar la mente en aquellas cosas que benefician al mundo si se disfrutan por sí mismas, a tomar cariño, a no falsear el optimismo. Rohmer, por su parte -como tantos conservadores, catastrofistas y conspiranoicos-, falsea no ya el optimismo, sino el pesimismo y la propia sensación de absurdo o vacío, porque lo refiere a la fuerza de la naturaleza, a las instituciones, a la historia, al poder en la sombra, et cétera, presumiendo que las ganas de actuar, la necesidad de hacerlo y la posibilidad de elegir el cómo -es decir, el crear- no son tan naturales como ese transcurrir de la vida encharcadamente locuaz (y quizá esta sea una buena descripción de la exhuberancia natural), que narra. El conservadurismo se aleja del arte porque cuando encuentra satisfacción a sus deseos pierde el estímulo necesario para recrear una vida -que no admite sino ser disfrutada- y, cuando no los ve cumplidos, se ve obligado a convertirse en la mayor negación de la realidad, es decir, tiende a mitificar la idiosincrasia perdida (Hitler en la eugenesia y Aznar en Irak). Rohmer y el conservadurismo no son ni prudentemente resignados ni voluntariosamente revolucionarios.