JOSE MORILLA.
Comprender los problemas es el primer paso para empezar a resolverlos y explicación veraz de las razones por las que el gobierno ha tenido que elaborar los presupuestos que ha elaborado para 2013, es lo que le falta a los ciudadanos españoles. A éstos no se les puede pedir paciencia y colaboración mientras el gobierno se empecine en un discurso eufemístico y lleno, conscientemente, de contradicciones con lo que él mismo hace.
La mayor de las mentiras que este gobierno hace en este momento es la afirmación, repetida hasta la saciedad, de que estos presupuestos pretenden el crecimiento económico y, por ende, la creación de empleo. No ha de sorprenderse pues, si es que se sorprende, de que los ciudadanos miren asqueados para otro lado, o la indignación crezca imparable cada día, rechace a los políticos y aúpe la protesta callejera.
Cuatro años ya de crisis, metidos en una depresión y laminada toda expectativa de salida a corto plazo, han enseñado a todos los ciudadanos la economía que nuestro arcaico sistema de enseñanza no permite aprender a cualquier español que no haya pasado por la facultad correspondiente. Todos están en condiciones de entender y discutir sobre la situación por la que pasa el país y, por ende, los márgenes de actuación de cualquier gobierno en estos momentos.
La unión monetaria, cuya aceptación sigue siendo mayoritaria determina, prácticamente de la misma manera que ocurría cuando el patrón oro, la imposibilidad de tomar medidas expansivas por una autoridad inferior a la que, supuestamente, tomaría las medidas a nivel de toda la unión. Y esa supuesta autoridad, que a los efectos teóricos son las instituciones del Eurogrupo y a efectos reales es el gobierno alemán, no las adopta, porque su prioridad es cobrar los créditos de países endeudados como España. No deja pues más opción que producir en éstos una deflación real, que a corto plazo es solo es posible hacerla en los costes salariales y los beneficios sociales de la gran masa de la población, que a medio plazo impulse por esta vía la competitividad de la economía española y, a largo plazo, espere que mejore la productividad de la misma.
Este es el verdadero programa del gobierno y, digan lo que digan los opositores con teórica capacidad de gobernar algún día, también es su programa no declarado. La apelación a una mayor firmeza ante nuestros acreedores dentro de la UE, sabe perfectamente el pueblo español que es pura retórica. Es un bonito ejercicio teórico y didáctico discurrir sobre la necesidad de que la UE sea un único ámbito de soberanía y, por ende, de solidaridad; pero eso sabemos que está, a corto y medio plazo, fuera de las manos de nuestro país y que, como siempre ocurre en la historia, dependerá precisamente, de que los problemas se agraven todavía más y la poderosa arma del miedo lleve a lo que, sin lugar a dudas, se podrá calificar como una auténtica revolución.
Del mismo modo, argumentar como solución una reforma fiscal es otro ejercicio de cinismo, si no se habla del plazo que se necesita para llevar a cabo una cuestión tan compleja. Sólo ha habido en nuestra historia contemporánea tres reformas del calado de la que se necesita empezar a estudiar en estos momentos, para que empezara a dar resultados a largo plazo: la de Mon-Santillán en 1845, la de Villaverde en 1899 y la de Fernández Ordóñez en 1977. Sí, deberíamos empezar a estudiar una reforma fiscal, pero no utilizarla como arma electoral ante los ciudadanos, como si fuera la solución para hoy, que es el plazo en el que las ansiedades de la población se manifiestan.
En suma, este gobierno, que cree, como determinan las bases de la doctrina económica de la que parte, que hay que llegar al fondo del ajuste cueste lo que cueste como le gusta decir, tiene la obligación de decir también a los españoles que es así como espera que, sabe Dios cuando, es decir, a largo plazo, la economía española vuelva a crecer. Lo demás es engañar conscientemente a una ciudadanía que no se lo merece.