Brando (foto: jrmfan30) Fue en las calles de Nueva York donde Marlon Brando y una mujer muy hermosa se sintieron atraídos. Brando sólo pretendía hacer el amor lo más inmediata y frenéticamente posible, pero ella, durante la conversación que los conducía al apartamento del actor, dio muestras de locura. El anómalo comportamiento hizo decaer la excitación masculina y el divo comenzó a buscar alguna excusa que facilitara una salida digna a la situación. Entonces, intempestivamente, la mujer quiso lavarle los pies. Tras un largo tira y afloja él accedió a regañadientes para sentir con sorpresa, mientras la extraña secaba amorosamente aquellos pies con su propio pelo, uno de los arrebatos sexuales más salvajes de toda su vida.   Sin duda, Brando fue mucho más hombre en la ficción de su autobiografía y en la imaginación de los guionistas que en la cama. Pero en todo caso fue. No, no es envidia. Pero se echa de menos. Incluso Nueva York, la psicopatía y María Magdalena mantienen en pie sus sexos borrosos; pero el ciudadano ficticio del derecho político universal e imaginario, el número del estadismo contemporáneo, ha asumido devotamente la condición de ambiguo y su virilidad, dormida, es ahora del Estado como antes fue del Pecado. Andrógino por designio político, duramente activo en la obediente defensa de sus propios asuntos; fláccidamente pasivo en la salvaguarda de la libertad y la cosa de todos.   Tiño ahora mi melena encanecida con jugo de moras, las moras de la primavera comercial y tardía, para secarte los pies con ella, Zapatero. Pies de zancada blanca al trono estatal y, ubícuamente, instalados en la sonrisa familiar para que nadie esté solo, tan solo, en la sociedad sin Política, ni Honestidad, ni zancadas. Zapatero, aparcas tu civilizado republicanismo en garajes de juguete; así que dame esos pies. Dame los pies de esposo concertado y enajenación de carne y hueso. Dame tu gloria de un solo segundo y yo recogeré en el cabello los humores de la potencia política con la que me transitas. ¡Vamos!, ¡vamos!… date prisa y revienta ya el placer de este momento en el que yo renuncio y tú creas, pues puede llegar otra hora de revolución. ¿Y si la nueva generación dice que esto es locura?, ¿y si de pronto el pelo, la estupidez y la idolatría no hacen el sexo de todos? Si la cordura descubriera las vergüenzas del ciudadano y la contemplación de nuestra desnudez castrada llegara a indignar… al menos tú y yo, mi Zapatero, estaremos ya en la otra orilla, cubiertos de placer y regalo. Seremos de nuevo anónimos satisfechos; entonces podrás tú olvidar mi rostro y yo reconciliarme con los restos de nuestro amor pegados en mi cuerpo.

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