La influencia del cristianismo fue determinante en la formación de unas lenguas europeas que se iban convirtiendo, junto al latín, en vehículo de la liturgia cristiana. Una de las razones fundamentales para que el escocés fuese desplazado por el inglés radicó en la incapacidad de los escoceses para traducir la Biblia; que sí se hiciera al galés, moldeó esta lengua céltica de Inglaterra, estableciendo la norma literaria galesa: ya sabemos cómo la literatura es capaz de forjar una lengua.   Carod Rovira y Montilla (foto: Chesi – Fotos CC) La ancestral asociación de lengua y etnia (que ya encontramos en Heródoto y en algunos autores latinos que identificaban a los no romanos como gentes o tribus situadas en un espacio geográfico donde hablan una lengua determinada) fue heredada por el romanticismo a través de Herder y Fichte con sus Discursos a la nación alemana, y sazonada con las ideas de Condillac, quien venía a decir que las lenguas expresan el carácter del que las habla.   Esta correspondencia de la lengua con un territorio y una etnia es un contrasentido histórico trufado de fantasías sentimentales. Las lenguas se extienden en el espacio, se continúan unas a otras, se mezclan o desaparecen. En los distintos reinos e imperios multilingües de Europa (el romano, el hispánico, el austrohúngaro) no fundaron en un sistema de signos convencionales el carácter de los entramados del poder ni la personalidad de los individuos. Pero ya lo advirtió Joseph Roth en La marcha Radetzky: “Los tiempos quieren crearse ahora Estados nacionales. La nueva religión es el nacionalismo. Los pueblos ya no van a la iglesia. Van a las asociaciones nacionalistas”.   Pero Nación no es otra cosa que un Estado. Y la segregación nacional viene impuesta por la fuerza de las armas o de los apoyos exteriores. La identidad común queda soldada en el temor al enemigo amenazante, y si éste no existe hay que inventarlo para que la nación venga al mundo con dolores bélicos o cantos épicos. Y para esa movilización, la lengua ya no es un mero instrumento de comunicación: pasa a transformarse en un formidable instrumento de combate. El nacionalismo catalán, con la obtención de competencias soberanas, sigue buscando una identidad que la última promesa de Zapatero (una financiación por encima de la media per cápita española) no satisfará.

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