Montaigne, retrato anónimo Imitación y plagio Mientras que las intuiciones son individuales y rompedoras, las experiencias del mundo son, ante todo, sociales e integradoras. Sin necesidad de traer la disciplina de la realidad a la intuición, se puede decir con propiedad que el pensamiento, el arte y el sentimiento imitan la Naturaleza. Y en este aspecto serían, como pura imitación de apariencias, estériles vehículos hacia lo verdadero, bueno y bello. Tolstoi no sobrepasa esta visión cuando dice que “el arte es una actividad que permite al hombre actuar sobre sus semejantes por medio de ciertos signos exteriores para hacer nacer en ellos, o revivir, los sentimientos ya experimentados”. Si esto fuera cierto, no habría creación en los autores de lo nuevo. Pero, pese a su infrecuencia, pensamiento, sentimiento y arte realizan descubrimientos de parcelas de verdad, placer-dolor y belleza que ni siquiera el presentimiento puede meter en el terreno de lo “déjà vu”. Es en esas tierras ignotas donde asalta la duda de si la palabra expresión es adecuada a los creadores de lo radicalmente nuevo. Pues la voz expresión sugiere que algo implícito, conocido o esperado se manifiesta, que la vaga sensación de lo "déjà vu" se materializa y se hace explícita. La sorpresa, en cambio, proviene de impresiones que lo ya visto no justifica. Toda expresión, incluso la meramente lingüística, es un hecho original que remite sus valores de verdad, bondad o belleza no solo a los de la cosa expresada, sino también a la unidad que lo real presenta a la percepción del sentido común, antes de que tal unidad sea modificada por la nueva percepción, más armoniosa, que el pensamiento racional propone al sentido de veracidad o la ficción artística al sentido estético. En este aspecto retrospectivo, y dado que todo pensamiento nuevo, o toda nueva ficción, también son naturales, tiene mayor fundamento de lo que parece la paradoja de Oscar Wilde de que la Naturaleza imita al arte y de que “la vida imita al arte mucho más que el arte imita la vida”. Paradoja de la que no se deriva la consecuencia de que el artista no debe proponer, por eso, nada que la naturaleza pueda imitar, como pretendía Gide. La naturaleza imita a la naturaleza sin plagiarla, al modo como Montaigne y Shakespeare alcanzaron las cimas del pensamiento y del arte imitando y no plagiando.