Al hablar Zapatero de la indiferencia de los que no votan revela la gravedad de su poco discernimiento. Si lo comparamos con el inglés, que rechaza sin paliativos a los políticos corrompidos con pequeños robos al erario público, el pueblo español, que no se cree indiferente sino diferente, parece tener tragaderas para digerir sin asco los crímenes de sus gobernantes. El gesto de no acudir a las urnas, cuando nada importante se juega en ellas, iguala la piadosa acción de las monjas de la caridad en una leprosería. Lo que no sea levantamiento justo de los gobernados para encarcelar a los dirigentes de los partidos gubernamentales, enriquecedores sin causa de sus fieles y empobrecedores del patrimonio nacional, será sospechoso de indiferencia popular ante la imposibilidad de justicia contra los poderosos. Pero a pesar de esta notable diferencia con el inglés, el pueblo español no es diferente. Hoy existen datos estadísticos y técnicas de investigación sociológica que hacen posible una ciencia comparada del comportamiento político en todos los pueblos de Europa. Pero antes de que lo establezca la ciencia social, la psicología de las masas atomizadas, y no las aglomeradas en muchedumbre, desmintió la opinión romántica o historicista de que un misterioso espíritu del pueblo creaba diferentes idiosincrasias nacionales. Hoy se sabe que las distintas conductas de las masas no son debidas a distintos espíritus de los pueblos, sino a diferentes respuestas a estímulos diferentes, y que la misma situación provoca idéntica respuesta en todo el mundo. Pero sucede que un mismo hecho objetivo puede incidir en situaciones subjetivas distintas. El robo, el hurto, la estafa o el fraude, aun siendo iguales en el daño material causado, suscitan diferentes estados de reacción en la victima, de mayor violencia espontánea en los dos primeros que en los dos últimos, pues aquellos son inesperados, y en éstos ha contribuido, como en los timos, cierta complicidad o negligencia culpable del engañado. Los ingleses han reaccionado con la determinación del amo que despide al criado cuando le sisa en la compra, porque en su sistema electoral el señor es el elector y el siervo el elegido. El político español, como el italiano, roba y hurta poco porque estafa y defrauda mucho. Aunque no lo quieran reconocer, los gobernados saben que, siervos del poder partidista, dejan campo libre a la corrupción del partido enseñoreado en el Estado, a la mentira oficial, a la información privilegiada, a la adjudicación de obras y licencias por la cuantía de la comisión. Descubiertos los continuos fraudes y estafas, siguen votando para no disminuir los privilegios del partido de los suyos.   florilegio "No es la ética, sino la relación de lejanía o intimidad con el poder, lo que determina en último término la moralidad o inmoralidad de los pueblos."

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