Mariano Rajoy en campaña (Partido Popular) Resulta paradójico que las causas del avance tecnológico y el desarrollo económico de Gran Bretaña haya que buscarlas en barreras aduaneras elevadas mantenidas durante mucho tiempo y en la protección de sus “industrias en periodo de infancia”. Sin embargo, el economista Friedrich List aclaró que la típica prédica librecambista de los ingleses es una actitud parecida a la de quien, una vez en lo alto, arroja al piso la escalera que había usado para evitar que los otros suban. Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro (de 1789 a 1795), fue el adalid del proteccionismo en unos Estados Unidos, que sólo después de la II Guerra Mundial, y ya con una sólida capacidad industrial, liberalizaron sus intercambios comerciales. Ciertos países no podrán desarrollarse jamás mientras estén condenados a desempeñar actividades de baja productividad, por mucho que los “globalizadores” abran los mercados. La deriva más peligrosa que puede tomar un imperio que defiende exclusivamente sus intereses es imaginar que así ayuda a toda la humanidad. Si la abolición del tráfico de esclavos sirvió para justificar el poderío naval británico, la supuesta defensa de los derechos humanos y de la democracia ha sido utilizada por EEUU para afianzar su supremacía militar. Un cosmopolitismo que no se asienta en el vacío, y asume el inevitable influjo cultural del lugar de nacimiento, tiende a situar y comprender la vida de la “polis” en el cosmos. Por el contrario, el folclorismo y el provincianismo encierran el sentido del mundo en su característica visión de campanario. Disuelto el iluso internacionalismo, forjado en la conciencia universal de lo social, permanece el anacrónico y reaccionario particularismo nacionalista. La “esencia reformista” que atribuye Rajoy a su partido ha de proyectarse por entero al Régimen de la Transición, que no es más que una reforma oligárquica del franquismo. No puede transmutarse un modo bárbaro de vivir en colectividad en una forma democrática de convivencia sin arrancar las raíces de la podredumbre dictatorial. Antaño se decía que la “izquierda” suele pedir lo imposible y la “derecha” rehusar lo posible, pero ahora, en su condición estatal, ambas coinciden en hacer todo lo necesario para que el control del poder legislativo y judicial sea ejercido por el ejecutivo y no a la inversa.