El término “nostalgia” fue acuñado en 1688 por un médico, Johannes Hofer, para designar la enfermedad que contraían los mercenarios suizos que luchaban lejos de las altiplanicies de su país. Pero ese doloroso sentimiento por el ansia de retornar al hogar o el afán de recuperar lo perdido ya se reconoce en la antigüedad, expresado por Homero, Virgilio, Boecio o Petrarca.   El retorno al principio era un concepto religioso (neoplatónico) que implicaba volver a lo que el hombre ha sido, a su más lejano pasado, a sus orígenes; y si Dios es el principio, el regreso a éste constituye el verdadero cumplimiento de nuestro destino, invirtiendo el proceso de emanación por el cual los seres humanos se alejan de Él. Si el Género humano, en su unidad originaria, fue quebrantado a causa del pecado original, conforme a la doctrina marxista (la idea de la alienación tiene un precedente en San Agustín) la división de la comunidad primitiva en clases sociales antagónicas nos sumió en la explotación del hombre por el hombre.   Una revolución puede proponerse fundar un orden nuevo, pero también restaurar un orden inmemorial, lo que supondría una vuelta al comienzo, una “revuelta” en nombre de la búsqueda impotente de la felicidad perdida o de la romántica añoranza de una economía prehistórica. Arrumbada la modernidad futurista del fascismo, los nacionalismos que extrañan un espacio y un tiempo distintos del lugar y el tiempo en los que les ha tocado vivir, se han dedicado a inventar un pasado glorioso que legitime sus presentes ambiciones estatales.   Inmersos en las costumbres cínicas de la posmodernidad, los nuevos oligarcas españoles no acaban de estar satisfechos con la obra de la Transición, aunque vivan de sostenerla y encarecerla. Con una crisis que traza un futuro incierto y con las fuentes del presente agotadas, ¿por qué no recurrir a los ejemplos del pasado? Pero no del inmediato, ya que hay una evidente continuidad entre el franquismo y la Monarquía de los partidos estatales. El PP debería renunciar a restaurar el sistema canovista y el PSOE a hacer rebrotar la II República, para, en otro feliz consenso, desempolvar la modernidad de Primo de Rivera y Largo Caballero, y poner en marcha un vasto programa de inversiones públicas que mejore las infraestructuras.     Primo de Rivera (foto: eduardoasb)

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