Campamento en Italia (foto: El_Enigma) La catástrofe desbarata las cómodas rutinas y hace temblar el suelo de nuestras certidumbres. Camus, sirviéndose de una epidemia de peste, reflexionó sobre la condición humana, porque sólo un acontecimiento que desborda todos los límites muestra quiénes somos en verdad, más allá de las relucientes máscaras que utilizamos en la “normalidad social”. Si la tragedia toca el hueso de lo real, la súbita violencia de una catástrofe deviene improvisado laboratorio en el que se verifican las conductas auténticas de las que no los son y se discriminan las actitudes nobles de las miserables. Respecto al ser humano, lleno de presunción, decía Montaigne que no se puede imaginar nada más ridículo que esta criatura mezquina que no es dueña de sí misma, expuesta a los ataques de todas las cosas, y que dice ser señora del universo, pero que sin embargo, ni siquiera tiene la facultad de conocer la mínima parte del mismo y mucho menos de dominarlo. Pero una aceptación lúcida y serena de la condición humana ha de estar tan alejada de la exaltación como del desaliento, concluía el autor de los “Ensayos”. El Cavaliere Berlusconi, henchido de catetismo nacionalista, rechazó en un primer momento la ayuda extranjera, porque Italia es un “país orgulloso y rico” que responde a las necesidades de sus abatidos hijos: “no les falta de nada, tienen medicamentos, comida caliente y un techo que les da cobijo” y al ser “todo absolutamente provisional” los afectados por el terremoto habrían de tomar su desgracia como “un fin de semana de camping”. Además, el primer ministro italiano tomará medidas para disuadir a los saqueadores y a los banqueros que sobrevuelan unos escombros que estarían dispuestos a embargar si los hipotecados no cumplieran con sus obligaciones. “Cuántas catástrofes no habrán sufrido nuestros buques en todos los mares del mundo”, se preguntaba Solzhenitsyn: no aceptaban apoyo alguno a causa del secreto –ese cáncer estatal-, disfrazado de orgullo nacional. Cuando un fuego prendía devastadoramente y se oía el toque a rebato de la campana, en una sólida unión de todos ante la desgracia, se formaba una inmensa cadena de vasijas de agua para sofocarlo. En España, el narcisismo de las pequeñas diferencias ha llegado a tales extremos que, en algunos incendios, se ha rechazado la ayuda del vecino regional.