Portmahomack (foto: Manuel Salvador) Crisol milenario Hace tiempo que no miramos el río. Mirar como cuando te espetan: ¡Mira! Y ya ha volado. Pues en el gesto de la intención escapada, esfuerzo inútil de lo que ya ha caído, se desenvuelven las curvas de un regalo anodino: saber. El poeta había dicho con razón que se trata de un no saber sabiendo. Cuando nublamos la vista percibimos otros colores, otras formas. El río es siempre otro; manifiesta su voluntad de no ser a base de manar. Y queriendo correr desemboca en lo abierto, océano de olas unas que vence a la carrera del tiempo. El delta es el lugar adecuado para recostarse, pero al levantarte las piedras han huido a la montaña; se han congelado guardando secretos que sólo se esclarecen al ascender. Desperdiciamos el calor cuando agotados pedimos a la lluvia que deje de estrellarse contra el verde creciente del bosque, como si los ríos pudiesen contenerse, como si la verdad que albergas afrentase al mundo. Mundo uno o mundo otro, igual da. Los corazones resurgen en una instantánea –avalancha– que sólo el aire mojado del musgo cubre eficaz. Merecería la pena que en el refugio de tu carne partieses las verdades en tantos fragmentos como te plazca. Hacer pedazos con las manos, porque vives gracias a un incógnito suelo negro capaz de dar y de quitar sin que la copa más alta se recueste y sin que la espuma de la caída se desvanezca al tocar el muro de la ciudad. Ciudadela que rescatarás; serás entre el barro lo que fuiste con el agua sola. Habías aprendido ya que soltar es la palabra; que decir es ser; que callar enardece el aliento de los que se han ido para que vuelvan. Lo he visto: entre corrientes era de naranja salmón, él, que ha vuelto –¿desde dónde?–, vuelto para que su periplo indecible descubra que las fauces de la bestia degluten por necesidad, y que, a pesar de todo, muchos llegarán. Llegará el río, sí; llegarán los que lo escalan contracorriente; descansarán las rocas y el musgo; vivirán los testigos de su muerte inevitable. Expulsarán de sí los vestigios del humo que ya había alcanzado el tuétano de tu nobleza. Y cuando te llamen no dirás sólo: “Aquí estoy”, sino también: “¡Mira!”. ¡Río! ¡Has ensordecido el ruido de la intriga!