Pedro Pablo Pasolini (foto: hidden side) Un contestatario Audaz escritor e inquietante cineasta, el singular Pier Paolo Pasolini no era un “intelectual orgánico” que contribuyera a la hegemonía cultural del “bloque histórico” que aspiraba al poder; tampoco estaba comprometido con las exigencias de un combate colectivo al que subordinar sus formas de expresión; y ni mucho menos pacía en los grandes pesebres de las oligarquías mediáticas y económicas ni se arrimaba al calor de establo de algún partito del corrupto régimen italiano. Marxista heterodoxo, abominaba del “conformismo de los progresistas”, siendo tachado de retrógrado por sostener posturas contrarias a lo que ya entonces se presentaba por los biempensantes intelectuales de izquierda como avanzado: por ejemplo, el aborto. Pasolini siente la necesidad de subvertir las concepciones del mundo dominantes, incluidas las de su propio ámbito, y de rechazar las complicidades culturales (disfrazadas de rebeliones) con el orden establecido. En su obra cinematográfica resucita los mitos de una Grecia llena de fiereza (Edipo, Medea); devuelve al cristianismo su alcance revolucionario (El Evangelio según San Mateo); hace que el Marqués de Sade campe por sus respetos en un agonizante fascismo (Saló o los 120 días de Sodoma); transforma la nostalgia del mundo rural, de los barrios pobres, o de otra cultura, en una fuerza crítica del presente (lo contrario de esa nostalgia reaccionaria que embadurna el cine de José Luis Garci). En fin, planos de una perturbadora y enigmática belleza. En la “Trilogía de la vida” (Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches) se celebra y se goza sin la menor culpa la libertad sexual en un mundo que todavía no está sometido al puritanismo burgués. Pero Pasolini observa, en los años setenta, cómo se acepta la “liberación sexual” y se promociona la permisividad, descubriendo que el sexo, con el que ya no se escandaliza a nadie, se convierte en una mercancía más. El nuevo conformismo del consumo, con la televisión como principal instrumento de uniformización, impone “el orden degradante de la horda” y la “brutal nivelación del mundo”.