Mostrando su desprecio a las víctimas del atentado del 11-M, que eran recordadas en un acto institucional, el PSOE ha sido coherente. Coherente con su autorrepresentación, con la absoluta falta de representación de la sociedad civil que encarnan los partidos. Ninguna persona que acepte que el Gobierno, el Parlamento, la televisión y el reparto de cargos en la Administración pertenezcan a los partidos puede indignarse porque estos contemplen las instituciones no como estructuras de servicio, sino como el atrezzo de su hogar político. Pueden hacer uso de él como les plazca, para bien y para mal. Ninguna entidad política respetará a una ciudadanía cuya confianza no necesita.   La única institución que los oligarcas deben observar a toda costa es la Corona, con la salvedad de los nacionalistas que pretenden, hipócritamente, no hacerlo. La Monarquía es la institución que enmarca el consenso extra-político. Es el orden dado a los españoles. Y ningún “orden dado” puede ser legitimo por aceptación, pues no hay legitimación a posteriori, sino justificación. Si algún tipo de asentimiento hay en la legitimación, se halla en el reconocimiento de la pertinencia de fundar la institución legitimada. La legitimación se refiere al origen, y convierte en individualmente tolerables la violencia y la centralización administración administrativa al ser aplicadas en nombre de todos. La legitimación de un régimen o un sistema estará en la fuerza, en la libertad política, o en la gracia de Dios, pero no en haber sido aceptado. Eso pertenece al prejuicio de que lo político es contractual; pero la legitimidad se acata o combate. Las estructuras administrativas legítimas son susceptibles de crítica técnica, pero en ningún caso, boicoteables.   Incluso para quienes negamos la legitimidad democrática y la dignidad de todo el entramado político-administrativo del régimen español, sería impensable despreciar una institución excusando malas relaciones con el gobierno de turno. Sin embargo, el PSOE hace bien en expresarlo de la forma más brutal pues, como dice Juan Sánchez, los partidos se presentan como medios siendo en realidad fines. Y un fin político que no participa del poder, caso de los soistas en la Comunidad de Madrid, pierde su razón de ser y debe recordar a su socio principal en el Estado, el PP, que sin alternancia no hay legitimidad renovada, es decir, no hay consenso.   Y lo único que PP y PSOE conocen como alternativa al consenso es la barbarie, de forma que amagan al rival ensañándose con las víctimas del atentado.   La alternativa al consenso es la Política, y sea cual sea su resultado, siempre será menos dañino para la sociedad civil que la cruel partidocracia.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí