Aristóteles (foto: empire Contact) A Juan Sánchez Torrón   La falta de rebeldía ciudadana ante situaciones políticas degradantes corre paralela a una falta de causa más general, característica de nuestra era: falta de capacidad de ver lo superior en las cosas, ya sean políticas, artísticas, morales o científicas. Las razones de este horizontalismo hay que ir a buscarlas al momento histórico en que la concepción antigua del mundo, fundamentalmente jerárquica –ya fuese en el reino físico, moral o espiritual–, se aplanó en aras de la objetividad que requerían las ciencias empíricas. La ciencia moderna derrumbó la primacía del mito, la forma más plástica y ciertamente jerárquica de comprensión de un mundo complejo y lleno de vicisitudes.   La modernidad apuntaló la necesidad de observaciones objetivas en el dominio físico, pero creyendo que ésta era la solución a todos los problemas, exportó un objetivismo plano a otros dominios que son inconcebibles sin jerarquía. Nuestra era postmoderna ha heredado este problema de la planicie modernitaria, y aún calibra el modo de superarlo. Pero en tanto que insiste en la no-jerarquía (que se impone a las ideas jerárquicas, nótese la contradicción formal) y en el todo-es-relativo, jamás sabrá dar una salida aceptable a situaciones políticas intolerables que requieren lo nuevo y lo mejor.   Mientras que la filosofía predominante en la antigüedad (Platón y Aristóteles) reconocía la estructura jerárquica de la realidad (aunque no en cuanto que crece con el tiempo, evoluciona), tendía también a mezclar las distintas esferas del conocer haciéndolas una. La modernidad y la postmodernidad han invertido la situación, pues distinguen suficientemente entre las esferas pero son habitualmente incapaces de reconocer los patrones de crecimiento, y por tanto de progresiva altitud, en cada uno de esos dominios.   Nos enfrentamos a una situación en la que lo mejor de cada época ha de ser recogido. El moderno corta veneros de sabiduría ancestral pretendiendo para sí una independencia intelectual en su momento justificable pero después sacada de quicio. Un sujeto moderno que hace gala de una tolerancia de tipo horizontalista y por ello intolerante para con lo mejor o lo superior.

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