Fernández Bermejo (foto: P. Totana) No tuvimos Ilustración o un proceso histórico digno de tal nombre. Las clases intelectuales, acostumbradas a vivir de los favores y las canonjías del poder político, han cultivado una estéril mentalidad estatal. Y los periodistas, cortesanos de la Monarquía de partidos, contaminan el ambiente mediático con mentiras apologéticas. Vivimos donde la confusión ha hecho su obra maestra: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho” o en un reino del disparate. ¿Acaso puede concebirse un Estado que no sea social? ¿Existe algún Estado que no sea de Derecho? Y sin división de poderes no se puede mencionar la democracia, que en todo caso es una forma de gobierno y no un tipo de Estado. Siendo una penosa tradición local atribuir al que detenta el gobierno o sus ministerios una gran inteligencia, como si los cargos encumbrados dependiesen de grandes talentos, qué difícil, sin embargo, resulta insertar a Zapatero y a Fernández Bermejo –con sus llamativas mediocridades- en la estadolatría de la servidumbre voluntaria de los españoles, si no recordásemos el abandono a la inercia de lo establecido y cómo se padece la rutina del poder, que tiene una tremenda fuerza. Se puede soportar con paciencia un régimen oligárquico si éste no resulta excesivamente opresivo, pero lo que a nadie agrada es contemplarlo tal como es, en su desnudo despotismo; de ahí que sea siempre prudente elevar ante él algunas barreras aparentes, que aunque no lo detengan, al menos lo escondan un poco. La obscenidad con la que el Gobierno reclamó al CGPJ que impusiera una ejemplar sanción disciplinaria al juez Tirado ha herido, y por tanto despertado, el amor propio de los magistrados. Mariano Fernández Bermejo, capataz de un ministerio que desaparecerá en un sistema democrático, anuncia que elaborarán una ley ad hoc para impedir a los jueces que vuelvan a cometer la insolencia de ponerse en huelga. “Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo no hay libertad porque se puede temer que promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente”: palabra de Montesquieu.