José Blanco (foto: Chesi-Fotos CC) El Jefe del Ejecutivo, con el partido hegemónico de la oligarquía a su sombra, se arrastra detrás de los acontecimientos sin poder dominarlos ni prevenirlos. El Gobierno puede despachar los asuntos por pura inercia burocrática, porque aunque se muestre incapaz de resolver la crisis, conserva el poder suficiente para impedir que otros intenten resolverla. No era necesario que un juez tan oportunista como Garzón destapara alguna que otra olla podrida municipal o autonómica de las que se nutre el PP, para percibir el olor a corrupción que envuelve al partido de la nula oposición.   El lodazal en el que está metido el PP equilibra la situación de empantanamiento gubernamental ante la crisis, y facilita al PSOE durar como equipo ministerial y a Zapatero, un presidente sin iniciativa política, mantenerse en el poder. Uno de los lugartenientes de éste, José Blanco, era consciente de la potencia destructiva del poder que detentan, cuando aludía a un huracán o vendaval que se podría llevar por delante a la derecha estatal. Espanta el torbellino de amenazas que puede desencadenar el Gobierno, con medidas disciplinarias para mantener prietas las filas de sus huestes, y publicitarias de la corrupción ajena, para maniatar a los demás partidos.   Si no fuese tan evidente el provecho personal de los implicados en la trama de corrupción aireada por “El País”, la opinión del Régimen juzgaría con benevolencia a los que trafican con influencias en interés exclusivo de su partido. Sin embargo, en la parte de la sociedad en la que está madurando la conciencia de una solución democrática ante la corrupción del poder y de la oposición en la Monarquía de partidos, no existe atenuante alguno para los autores de las fechorías partidistas: esos bandoleros de despachos oficiales que roban a los pobres contribuyentes para acrecentar la riqueza, el poder y la fama de los señoríos políticos.   Para concretar la idea de un gobierno despótico, Montesquieu se refiere a los salvajes de Luisiana, que cuando quieren fruta, cortan el árbol por su pie y la cogen. Ahora que no pueden seguir talando árboles en la selva de la corrupción urbanística, si no queremos que se robe demasiado, deberíamos pagarles más a los partidos o, al menos, aumentar las dotaciones del Estado a los traficantes.

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