La opulencia de énfasis no puede ocultar la penuria mental del hombre de partido que, en liza con el esperpéntico Bono, llegó a la jefatura del PSOE para reconquistar la supremacía estatal. Su manera de encarar la crisis, después de negar hasta el último momento que pudiera sobrevenir, delata (por muchas paletadas de demagogia con que traten de encubrirlas) la inconsistencia, irresponsabilidad e incompetencia de Zapatero. Aparte de la corrupción implícita en el régimen, un gobernante tonto e iluso acrecienta la calamidad pública. En el envés oligárquico, un Rajoy encantado de haberse conocido y de haber sido apoltronado por Aznar, observa cómo se despedazan los que ambicionan sucederle y espera apáticamente la caída de la fruta podrida del Poder; y mientras tanto, los intrigantes mediáticos de la derecha estatal (Ramírez y Losantos) ven en Rodrigo Rato la nueva esperanza y preparan su desembarco. Aunque las almas débiles tienen una gran energía para odiar cuanto les obliga a hacer un esfuerzo, ¿hasta cuándo soportarán pacientemente los españoles los abusos de la partidocracia? Cada vez que intentaba cambiar las instituciones políticas, Platón se dirigía a hombres que ya estaban en el poder, e incluso recomendaba la tiranía como gobierno porque en ese régimen “es posible que el cambio se haga con mayor facilidad y rapidez”. Robespierre justifica el “despotismo de la libertad contra la tiranía” y plantea la necesidad de la violencia para hallar nuevas entidades políticas y reformar las corruptas: no se puede hacer una tortilla sin romper huevos es la siniestra argumentación subyacente. Rechazados los asesoramientos al poder y los medios terroríficos, y ante el posible colapso de una Monarquía de partidos que engaña, esquilma y veja a los ciudadanos, se abrirá otra vez el abanico de la reforma de la oligarquía y el de la ruptura con ese degenerativo estado de cosas. Es cierto que no siempre que se va de mal en peor se llega a una revolución y que el momento más peligroso para un mal gobierno puede ser aquel en que empieza a reformarse: la apertura y transparencia de Gorbachov aceleraron la descomposición de la Unión Soviética. Pero no debemos dejarnos arrastrar por los submarinos del régimen al fondo de sus ilusiones reformistas. La libertad=verdad es revolucionaria. Pedro J. Ramírez (foto: Oscar Espiritusanto)