Daniel Cohn-Bendit (foto: linkselente) Vivimos hoy en Europa la resaca de la gran borrachera del siglo socialista –desde mediados del siglo XIX a mediados del XX–. Incluso las borracheras más pesadas pueden tener, de puertas adentro, consecuencias beneficiosas, aunque sea tan sólo por aquello de la desinhibición. Al perderse el decoro y cierto sentido de la realidad surgen pasiones previamente embotelladas que, bajo la luz del día siguiente, pueden ser útiles a todo aquel dispuesto a aprender de sí mismo. Pero aquí acaso estaríamos hablando más bien de ebriedad, y no de borrachera, voz esta última que alude a una cierta inconsciencia. La lucha de los trabajadores por sus derechos laborales; de políticos socialistas honestos que, en contra de la moral egoísta burguesa, querían ver un mundo más digno para todos; de soñadores y revolucionarios que concibieron la convivencia mutua desde un futuro no improbable… todos estos elementos y tantos más constituyen la dignidad de un movimiento tan tempestuoso como complejo. Y, se diría, parejo a la ebriedad. Pues desde los mismos fundamentos de la Revolución Francesa el ímpetu predominó sobre la razón, a pesar de la propaganda ilustrada de algunos revolucionarios y a pesar de la cobertura hegeliana del marxismo. Cuando los efectos de la embriaguez se agotan, sobreviene el sopor y el sueño, y, tras ellos, la resaca. Dado que las instituciones políticas en Europa siguen pendulando sobre cimientos muy parecidos a los de entonces –a saber, sin libertad política–, la dignidad del proyecto socialista ha acabado por constituirse como un discurso demagógico y topicista que ha arrastrado consigo no sólo a la inmensa mayoría de la antigua clase liberal burguesa, ahora por la fuerza contenedora de algún elemento “progre”, sino incluso a las viejas clases altas y de derechas. Esto último se percibe en el modo en que los líderes de partidos conservadores hacen uso del término democracia, u otras viejas ideas más bien de cuño progresista. La izquierda en Europa languidece. Forma parte del proceso. Se diría que, en aquellos individuos o grupos minúsculos que aún sostienen su espíritu original, sobrevendrá un reposo tras la resaca que permitirá calibrar cómo y hasta qué punto su proyecto de vida es practicable en un mundo nuevo.