Pérez Hernández, Secretario de Justicia A pesar de la cínica sorpresa generada en los actores políticos por la huelga con la que amenazan las asociaciones de jueces, y de que el Ministerio de Justicia encabezado por el señor Fernández Bermejo y el Presidente del Gobierno, Don José Luis Rodríguez Zapatero (le ha tocado a él dicho privilegio), vean la medida como “injustificable e intolerable” al ser uno de los “tres poderes del Estado” el convocante, cualquier ciudadano con un mínimo de criterio puede dilucidar lo legítimo de dicha decisión.   Ciertamente, el poder Judicial de cualquier Estado no puede, por propia definición de su ser, ponerse en huelga. No sería legítimo e incluso podrían considerarse su dejación de funciones como una traición al propio Estado, del mismo modo que si la llevasen a cabo el Presidente del Ejecutivo o los representantes del Legislativo. La Democracia quedaría coja.   El problema y la justificación de dicha huelga la encontramos en la propia realidad de nuestro Estado. Por mucho que los partidos políticos insistan hasta el hartazgo en la denominación de nuestro país como democracia, la verdad es que vivimos en una mera partitocracia sin la mínima separación de poderes.   En esta situación, los jueces pasan de ser integrantes de uno de los poderes del Estado a ser simplemente los instrumentos a través de los cuales el Poder Ejecutivo impone la justicia que él mismo articula en el Parlamento. Es decir, son simples funcionarios y, como tales trabajadores, pueden convocar las huelgas que crean necesarias.   No hace falta demasiada literatura para confirmar este hecho. La propia convocatoria de huelga, independientemente de los motivos esgrimidos estos días en la prensa para justificarla, revela que los jueces han asumido su rol dentro del Estado de Partidos sin ningún tipo de complejos.   Lo verdaderamente indignante es que, como buenos miembros de esta sociedad aparente, estén más preocupados por el desprestigio de su profesión que por el hecho de ser simples marionetas en manos de políticos, de ser los cadáveres de una Democracia nonata.

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