Cartel sarcástico (foto: martinhoward) La idea de la opinión pública se ha visto tan vilipendiada en los últimos tiempos que apenas hay nadie ya que piense que no se trata de la opinión del público. Pero si éste fuese el caso, entonces apenas se comprendería la relevancia –de cuño moderno– de su acción y concepto, pues el público –sea el que sea– siempre ha tenido una opinión.   En la actualidad, la confusión se incrementa porque la opinión está manipulada más que nunca antes por intereses particulares, a su vez tan cuestionables, inyectados de un poder técnico sin precedentes, y resguardados bajo capas de ambigüedad relativista.   Ésta es la ventaja implacablemente aprovechada por el grueso de los medios de comunicación, casi siempre deshonestos para con la verdad: la maleabilidad del público. Pero lo público como tal no es tan maleable como desearían. Muy al contrario, la opinión pública obecede a criterios de justicia y verdad que leen hechos concretos para revelar su verdadera transcendencia.   El escollo postmoderno consiste, pues, en rebasar el prejuicio relativista-nihilista, en el que sucumben hasta los mejores intencionados, que argumenta que eso “verdadero” a lo que aludes es tan solo “tu” opinión. Pero si todo fuese una amalgama inconexa de opiniones “distintas” entonces nadie podría en absoluto dar razón de sí mismo ni de los otros. En realidad, la incoherencia es tan brutal que apenas uno se detiene a pensarla desaparece como por encanto. Y no obstante es persistente. La pregunta es: ¿a qué miedo obedece? Pues siendo (auto)engaño debe producirse por aversión a algo superior.   En la misma pregunta yace la respuesta: miedo a lo que nos supera: la verdad. En este caso, la verdad –bien mirada tampoco tan aterradora– de que la opinión pública en su sentido original habla con criterio y datos en la mano, y por ello demanda cambios allí donde predomina el estancamiento social o político. Y cuando se ha comprendido el problema correctamente, la solución se facilita hasta puntos insospechados para aquél que persiste en su opinión, confundida con la del público, de quien a su vez él la había tomado como en un círculo vicioso. Nunca mejor dicho.

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