Homero (foto: mharrsch) El animal veraz En su “Teoría de las pruebas judiciales en el Derecho soviético” Vyshinski indicaba cómo fabricar procesos en los que el juez no averiguase lo sucedido, sino la probabilidad de los hechos, considerando pruebas irrefutables las confesiones obtenidas mediante torturas. En 1956 esa doctrina fue repudiada como “atentado a la legalidad socialista y a los fundamentos de la jurisprudencia”. Cuando cesa el lavado de cerebro, en la sociedad que lo ha sufrido, permanece diseminado un tipo de cinismo peculiar que se manifiesta en un rechazo absoluto a creer en la veracidad de cualquier cosa, por muy bien fundada que esté. La búsqueda desinteresada de la verdad se remonta al momento en que Homero, mirando con los mismos ojos a amigos y enemigos, a la victoria y a la derrota, decide contar tanto las hazañas de los troyanos como las de los aqueos. Y Heródoto, inspirado en esa imparcialidad, nos dice que escribe “para evitar, que con el tiempo, los hechos humanos (de griegos y bárbaros) queden en el olvido”. Sin esa pasión por la integridad intelectual jamás habría nacido ciencia alguna. Si el mundo entero cambia, avanza ¿no he de osar yo romper mi palabra? Fausto no hubiera preguntado, en el inicio de “Los hermanos Karamazov” como el padre, un mentiroso empedernido, al monje “¿qué debo hacer para salvarme?”, “ante todo, ¡jamás te mientas a ti mismo!”. Anida la fatal sospecha de que puede ser consustancial a la política su aversión a la verdad e incluso el compromiso con ésta se presenta como una actitud antipolítica. Pero todo lo que difundan los altavoces de la oligarquía no servirá para establecer los hechos, que están más allá de los consensos políticos y editoriales. Que no tenemos democracia es una evidencia que debería caer como una cascada sobre la sociedad civil.