Bolsas de plástico (foto: Luis Echánove) En nuestra sociedad consumista estamos tan acostumbrados a simplemente desechar objetos fabricados explícitamente para ser desechados que apenas calibramos alternativas, de fácil implementación personal así como social. Hay que reconocer que es nadar contracorriente. ¿Pues quiénes de nosotros, por ejemplo, vamos de compras con nuestra propia bolsa; evitamos comprar productos con envoltorios de plástico, incluso aunque sean de buena calidad y baratos? Iniciativas similares, que unen al consumidor y al distribuidor, han tenido ya, que yo sepa, éxito en Alemania. Y prescinden por completo de oscuras interpretaciones conspiratorias, como si los fabricantes fuesen entes diabólicos. Son gente, sencillamente, deficientemente informada; ignorantes –cómo es posible, nos preguntamos– del hecho de que una bolsa de plástico tarda centenares de años en degradarse. Pero nosotros somos los primeros que las utilizamos sin discriminación y en abundancia. Es verdad que las demandas del mercado, fabricar rápido y barato, ponen al fabricante entre la espada y la pared, y, lo que es más, bañan nuestras decisiones a cada instante. Es una marea que, en todas sus dimensiones y de un golpe, es obviamente imposible de divertir. Mas no todo esfuerzo es vano, como prueba el ejemplo anterior, entre tantas otras iniciativas. Mediante alianzas de fuerzas, incrementadoras de la conciencia personal y colectiva, es posible cambiar las dinámicas del mercado. La conciencia de un solo individuo –individuo por individuo– es aquí clave. Fueron dos o tres “gatos pelaos” los que hace no mucho creyeron indispensable un servicio de reciclaje, y hoy es imperativo, incluso mal visto no respetarlo minuciosamente. Fue un solo individuo el que hace poco más de una década habló con el ayuntamiento de Vancúver, Canadá, para que instaurara unos pocos carriles para bicicleta en la ciudad. Hoy hay decenas de ellos atravesándola en todas direcciones, y los utilizan miles de personas cada día en una ciudad climáticamente no de las más agradables. El asedio pesimista juega duro, y no conviene deslegitimizarlo, pues sin él no tendríamos conciencia del error. Pero no olvidemos tampoco la posibilidad, tanto en lo pequeño como en lo grande, pues ella es la diosa que propicia la entrada en un mundo mejor.