Paisaje nocturno (foto: Emezeta.com) Las horas límite Siempre las llamé las horas límite. Dadme esas horas que los demás desprecian y en ellas veréis nacer la revolución. Son esos extraños paréntesis de tiempo, que nadie quiere, descontados por todos pero que siguen siendo tiempo vital. La transición del domingo al inicio semanal tiene algunas de esas horas límite. Rara vez se dejan atrapar y como duendes sólo se aparecen a quiénes creen en ellas. Pero haced el esfuerzo de salir a su encuentro. Los mejores pensamientos de vida verdadera se han escrito en las horas en que la humanidad duerme y el alma vela. La noche tranquila, los silencios fugazmente perturbados por campanas solitarias y ladridos en calles empedradas, son el paisaje de fondo del espíritu que vio en esas horas la luz de la acción que debe vivirse de día. El pensamiento previo a la acción, la estrategia antes de la batalla, la búsqueda antes del encuentro, la encrucijada del verdadero camino, viven en esas horas de la noche que sólo un espíritu escogido sabe atravesar con estremecimiento. Hasta la primera claridad todo es tiempo. Aprovechad esas horas, buscadlas. Demos al tiempo, mientras lo tengamos, su verdadero sentido. Tiempo no vivido para buscar la libertad es tiempo muerto. No os acostumbréis a dejarlas pasar como si cada noche volvieran. Se os pasará la vida y en el aliento lúcido del último momento, quizá en la última noche, las veáis todas sin que ya podáis hacer nada. Vivamos el tiempo de esas horas límite, la belleza de la noche más perdida para darle sentido a todo. Preparemos en esa alborada el nacimiento de la verdadera libertad. Demos nombre al tiempo. Tenemos ese privilegio porque sabemos por dónde sale el sol, cuál es el sendero a seguir en el cruce de caminos, cómo ganar la batalla y el sentido y la medida de las cosas. No las entreguemos a la vulgaridad del ruido matutino. En esas horas límite, los espíritus despiertos preparan con letras de fuego la verdadera mañana.