Las ideologías de la situación son más adecuadas para lograr que los hombres se vuelvan inmunes al duro impacto de los hechos que las tradiciones religiosas. Liberales y socialdemócratas vienen legitimando lo actual y rechazando la existencia de alternativas reales a lo realizado. El discurso de la estable normalidad y el crecimiento de lo mismo impiden detectar las inautenticidades y discernir la realidad potencial. En la consagración de la economía financiera, nunca se había producido una carrera tan tumultuosa y atropellada en busca de agio monetario. En semejante aquelarre, los aprendices de brujo han convocado a especular a todos los capitales del mundo y ahora son incapaces de controlar los mecanismos que ellos mismos han desencadenado. La implosión crediticia ha reducido los dogmas monetaristas y el dominio del capital bancario a su verdadera dimensión: la de una riqueza artificial. Lejos de querer civilizar o imponer nuevas costumbres sociales a los bancos, Zapatero se apresta a sostener con fondos públicos el equilibrio oligárquico del capital bancario. Hasta que, tal como ha insinuado el gobernador del Banco de España, el sector sea reestructurado conforme a los insaciables deseos concentracionarios del señor Botín. Son tantas las tareas del Estado, que Max Weber consideraba imposible definirlo por sus funciones. Éstas han disminuido en asuntos económicos desde el final de la Guerra Fría, predominando el afán de privatizar lo que durante siglos han sido bienes de propiedad o uso comunes, para favorecer los intereses de los poderosos beneficiarios de privilegios. Sin embargo, la superación de esta crisis financiera no propicia la difusión de ideologías antiestatales que propugnen la desregulación económica y la autonomía del mercado financiero. El Estado ya interviene de manera decisiva en el proceso de producción y consumo, como empresario, asegurador, contratista, exportador-importador, inversor, regulador de precios y salarios, e incluso circunstancial banquero. El colapso productivo que se ha incubado dando alas a las expectativas de especulación, reclama que se considere la posibilidad de una Banca Estatal, que no sea predio de los gobernantes ni de los partidos, como las Cajas de Ahorro del régimen actual, sino una institución al servicio de la sociedad civil en un sistema democrático. Y cuya existencia podría ser compatible con la de una banca privada que fuera sometida a una adecuada inspección de su solvencia crediticia y al control de su capacidad depredadora. La completa nacionalización de la banca, en un mercado de capitales planetario, sigue manteniendo unas acusadas connotaciones ideológicas. Y hasta que, de los nuevos acontecimientos, surja una síntesis cultural creadora, difícilmente se puede ir más allá del eclecticismo.