Ventanas en Estambul (foto: robokow) Ventana política Un hombre se acerca hasta la ventana que deja entrar esa luz que sí, que no, y cuando la abre llega de golpe el eco encendido de una multitud, del ajetreo callejero que revela el paso del tiempo. Cierra de nuevo con desagrado y el ruido desaparece, aunque permanece en el aire un rumor sordo. Al hombre le es difícil distinguir si ese sonido responde a la realidad o si sólo guarda en su mente el recuerdo atenuado de lo que antes escuchó, así que centra todo su ser en el oído pero, tras unos segundos manteniendo la respiración, no logra disipar la duda.   Decide volver a abrir la ventana. Nada, ni un murmullo. Rápidamente tiene que repasar los acontecimientos de los últimos segundos: ha debido de escuchar algo que no estaba allí. Pero la sensación fue tan real que no puede evitar temer fugazmente por la salud de sus órganos sensoriales o el equilibrio de la psique. Con el propósito de olvidar el asunto empuja el bastidor, pero antes de que la ventana esté otra vez cerrada tiene tiempo de ver su imagen reflejada en el vidrio. Siente un segundo de miedo al pensar que si volviera a abrir ese reflejo podría haber desaparecido, cuando suaves alternancias de destellos y sombras lo distraen; se alegra al pensar que la multitud ha regresado, esta vez no habrá duda. Con la torpeza del nerviosismo intenta alcanzar el tirador… silencio. Mira al vidrio y el reflejo que había visto, su propia imagen, no está.   Se sienta en el suelo y entonces, más de cerca, puede ver unas letras que alguien ha grabado en él utilizando algún objeto punzante, quién sabe cuánto tiempo atrás: No abrir nunca más la ventana y acostumbrarse al mal olor.

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