Parlamento europeo, Estrasburgo (foto: Cèdric Puisney) Sentencia sombría Todos los hombres de buena voluntad sufrieron con esta investigación a un ciudadano libre de sospecha. Siguieron los tortuosos detalles del proceso que comenzó Sogecable y terminó Liaño y rabiaron con la impune concupiscencia del conglomerado Polanco-Partidocracia. Morir, desaparecer, ser nadie, ser linchado y vivir eternamente sometido volvía a ser la cadencia brutal de la Historia, gracias al inmaculado proceder de la izquierda más moderna de Europa.   Todos los justos, entonces, arroparon al señor Gómez. Acudieron a los actos que querían darle calor y leyeron los libros y artículos que le servían de altavoz en el desierto. Todos los sensatos aplaudieron el indulto que lo sacaba del campo de concentración social. Ahora un tribunal reestablece mínima y fríamente la cordura de la legalidad, pero no es suficiente.   Casos Gómez de Liaño se siguen produciendo todos los días en todos los países de Europa. Cada juez que no es institucionalmente independiente -todos- es un Gómez de Liaño. Ni el bueno de don Javier supo jamás verlo; en su circunspecto conservadurismo siempre creyó que su descenso a los infiernos era debido a la malevolencia de algunos y no a la corrupción inherente al régimen. Todavía piensa que la independencia es una virtud moral que debe predicarse con el ejemplo y no el efecto de una buena constitución política.   El tribunal europeo que ha fallado a favor del juez expulsado de la carrera., es un tribunal político, como lo fue aquel que lo condenó. Mientras la oligarquía del poder europeo, instalada en el Estado, imponga su ley ejecutiva sobre todas las facetas de la vida de la sociedad civil, el señor Gómez de Liaño no será independiente, ni juez, ni ciudadano. Será cinco mil euros de disculpas y una confianza absurda en nuestras sabias instituciones.

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