Uno de los lugares comunes más frecuentados es aquel que convierte al deporte en un simulacro bélico. Los instintos primitivos de agresividad que la guerra satisface serían desviados hacia el afán de victoria en la competición deportiva, que ahora constituiría la “única higiene del mundo” reclamada por los futuristas. Semejante analogía encierra un profundo contrasentido. ¡Campeones! (foto: cuellar) A pesar de que las crónicas deportivas se redactan como si fueran partes de guerra, en el deporte asociativo, la necesidad de tácticas y estrategias contra el equipo contrario no persigue la destrucción del rival, que si es derrotado, tendrá la posibilidad de una próxima revancha. En el deporte individual se trata de superar los límites que la naturaleza parece imponer a la especie, mientras en la competición bélica, el individuo, encuadrado en los ejércitos, carece de iniciativa propia. El instinto infantil de juego, necesidad biológica del individuo, no puede confundirse con la agresión de grupo o belicismo tribal. En el Homo Ludens de Huizinga, el juego, una función tan esencial como la reflexión y el trabajo, fundamenta la vida organizada del hombre: “El juego es más viejo que la cultura”. Ortega y Gasset llega a situar el origen del Estado en la actividad que considera más elevada, seria e importante de la vida, la primaria y creadora, es decir, la deportiva: las formas políticas y jurídicas nacieron de esa pura exuberancia vital. Los hindúes sugieren que la creación del universo no es más que un juego divino; Dios habría organizado el caos primordial merced a un impulso lúdico. Si para los maya-quiché, el “juego de pelota” era una actividad predilecta de los dioses creadores, para los españoles el fútbol es sagrado. El júbilo colectivo está justificado: la espléndida victoria de España alimenta sentimientos de orgullo y gratitud que brotan de la misma fuente histórica. Resulta innecesaria la crítica al deporte como escuela de moral patriotera o de falseamiento del sentimiento patriótico, en un país donde no existe precisamente el riesgo de una exageración de la unidad sin integración de las diferencias. Este natural patriotismo deportivo o la manifestación colectiva de alegría por un éxito nacional descubre la entrañable piedad que sentimos por España, frente a la falsedad del patriotismo constitucional y la monstruosidad del patriotismo de partido estatal.