Jota aragonesa Uno de los más excelsos subproductos de la transición política española es el masivo acostumbramiento a la corrupción como forma normal de vida en común. Descubrir que los gobernantes de alto rango están envueltos en la corrupción del poder ya rara vez escandaliza. En parte por lo habitual del suceso; en parte porque uno mismo ha condescendido a similares degeneraciones en menor escala, deshaciendo así una autoridad moral que nos pertenece a todos; y en definitiva porque nuestro comercio más cotidiano con los otros, cuando quiere ser responsable, está amenazado constantemente por la burocracia intestina de los partidos políticos o el amiguismo. Dos tentáculos de un mismo pulpo. En estas circunstancias parece pertinente tomar como referencia modelos que no funcionan bajo los mismos presupuestos para revelar hasta qué punto el rebajamiento por sistema de la excelencia personal, por ejemplo, ya sea en el ámbito científico, cultural o de los negocios, se debe a una situación política concreta, y así todo lo que ganaríamos de vernos libres de ella. En países donde los partidos políticos no están incrustados en el Estado, y por tanto donde no se forman clanes simiescos de poder alrededor de toda organización social donde asoma el más mínimo resquicio de poder o de dinero, observamos que lo escandaloso no es, como en España, que uno no participe de la corrupción, sino lo contrario: que uno evite cauces naturales de competencia para encontrar su lugar en el mundo. La diferencia entre lo uno y lo otro en el corazón de la sociedad es abismal. Pero ésta es tan sólo una de las prolongaciones. A ella habría que sumar otras como la resurrección de una ciudadanía políticamente activa que se interesa por los asuntos fuera de los partidos; un respeto por lo diverso que no asume para empezar que el otro debe pasar por nuestro particular aro; la tendencia a la desaparición de una obligación irracional al jerarca de turno; etcétera. No son todavía demasiados los españoles que sueñan con ver la cosa social y política desarrollándose de un modo remotamente similar, y se refugian, al observar un mejor funcionamiento en otros lugares, en cierto folklorismo feliz de su tradición popular, dejando intacta la base del estercolero político… que acabará también por llevar ésta a la defunción.