Replicante (Blade Runner) Había visto cosas que los demás humanos jamás sospecharon. Oído historias de resignación que no podía entender. Arrastrarse de rodillas ante un poder bastardo y tirano. La impresión que tuvo desde que el reloj comenzó a recordarle donde estaba y que su tiempo se acababa, es que aquí todo transcurre en el cuarto día de la Creación. Se diría que el tiempo se congeló entre el cuarto y el quinto día del génesis en Méjico. Todo está empezado pero todo está por acabar. Hasta la tierra parece que sigue viva, rugiente, buscando acomodo para los siglos que vengan. Todo lo natural se mueve en Méjico. Lo humano, sin embargo, yace inmóvil. Inerte en medio de una naturaleza maravillosamente viva de cielos abiertos y mares inmensos.   Pero el replicante tenía razón en su último aliento. Ni la tristeza puede poner nombre a la resignación de su gente ni a su inmovilismo. La naturaleza tomó ventaja a la condición humana que aquí se empeña en postrarse ante cualquiera que tenga poder indigno. Si Tácito encontró en Asia un pueblo que jamás aprendió a ser libre por no saber decir no, el replicante encontró aquí la resignación como forma de vida y la desesperanza por renacer a una vida libre. No lo había visto antes y murió sin poder entender qué misterio de la condición humana, qué instinto o qué insana pasión, podía paralizar al mejicano cuando parece que asoma la libertad en su horizonte. Cuando así sucede, se vuelve a postrar con la cara en tierra por miedo a mirar a los ojos a la misma libertad. El replicante no podía entender el lenguaje de la servidumbre. Fue programado para la libertad y aquí la encontró en el armonioso ritmo de una naturaleza viva, todavía en fragua ardiente. Pero perdió la esperanza en que el hombre mejicano se acompasase a las cadencias de la naturaleza. Dentro de lo increíble que aquí vio, jamás pudo ver lo que ese espectáculo hubiese supuesto. Murió lúcidamente triste por lo que nunca llegó a ver: la libertad política en Méjico. Lo único que hubiese estado a la altura de la belleza de su creación. Lo que hubiese supuesto el epílogo de su génesis.   Nosotros, empero, nos atrevemos a hablar de libertad en medio de pactos de muerte para quién osa desafiar lo establecido. Y tenemos la esperanza de que del otro lado del Atlántico llegue la ola de la verdadera revolución. De España debe llegar el ejemplo que permita escribir el final del génesis en Méjico. O libertad política o la nada. Esta tierra merece la verdad que la libere de la desesperanza que heló la última lucidez del replicante.

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