Somos pasajeros (foto: A. M. Camejo Galiano) Aparte de prevenir una formación viciada del poder político, la clave de la democracia reside en el férreo control que se ejerce sobre el poder constituido, mediante su limitación, separación o revocación. Los adoradores de la sociedad abierta de Popper han de recordar que éste sustenta la democracia en la posibilidad pacífica de librarnos de nuestros gobernantes. Ese carácter negador, fiscalizador y condenatorio, si se da el caso, que la libertad política imprime sobre la inclinación eternamente latente del Poder a fundirse con la infamia, es el mayor fruto que la inteligencia y grandeza de espíritu, desde Atenas a Montesquieu y los federalistas norteamericanos hasta la República Constitucional, han donado a la Humanidad. Para que la confianza de los gobernados en los gobernantes no esté inspirada en la ceguera o la complicidad, necesitamos unas instituciones políticas definidas por una vigilante desconfianza hacia el Poder. ¿Qué ilusa o demencial conciencia ciudadana queda satisfecha sin más, con la presumible responsabilidad y la supuesta honestidad del dirigente político? La que se sorprende bobamente por el abuso del gobernante y se escandaliza inútilmente por la tardanza del simulacro de corrección de aquél. Las alharacas de indignación o la sorda irritación que los actos visibles de un poder despótico provocan en las gentes más ansiosas de dignidad política, van diluyéndose en la Cubeta del Tiempo; los murmullos de desaprobación, cada vez más lejanos, acaban desapareciendo; la inercia popular recupera su curso normal, en una cotidianidad política surcada por la resignación gobernada; volvemos a ser pasajeros de los túneles de la opresión gobernante, mientras el aire puro de la libertad política está arriba, a nuestro alcance, pero todavía sin poder acceder a él. Incurre en burla oprobiosa a la ciudadanía, el régimen político que por el hecho mecánico del sufragio universal, proclama la evidencia de una democracia en la que no se controlan las acciones del poder político ni se garantiza la expulsión del gobernante incompetente, criminoso o desalmado. El optimismo desaforado del señor Rodríguez Zapatero corresponde al mundo feliz de la partidocracia.