Luces de la catedral (foto: N. V. Sánchez Larreteguy) Iniciación Sensible al sufrimiento que extraía de cada rostro su oculta belleza, pero incapaz de expresar su compasión, soportaba mal esa torpeza y la aptitud para el desdén de tantos imbéciles. Se forzaba a creer que no es tan fácil vencer a quien no quiere ser vencido; que la fortuna no lo puede todo y que ésta subyuga tan sólo a quien se le somete. El hombre ha nacido para erguirse y actuar, y no para consumirse tumbado. Sin embargo, cuántos hombres supersticiosos e insensatos desmerecen de sí mismos frustrando la facultad de investigar la verdad.   Los hombres no creen sin esfuerzo en la abyección de aquellos a favor de los cuales combaten, trabajan o piensan; se guarda obediencia a lo que prueba su razón con la fuerza impositiva de la existencia, que es la materia preferida de las filosofías que aturden las cabezas y mantienen a las naciones en una atroz infancia. Y además, las mitologías nos aletargan con sus imágenes maravillosas y misteriosas; “De razones vive el hombre – y de sueños sobrevive” pero éstos pueden devenir en pesadillas sobre ángeles apocalípticos que anuncian la caída en la tiranía.   No le bastaban las drogas ni el fanatismo ideológico para tomarse unas vacaciones psíquicas y gozar de salud interior: seguía sin estar completo; el viejo revolucionario adolescente presentaba la revolución como unas vacaciones de la vida, mientras él intuía que cuánto más grande es una causa, mayor asilo ofrece a la hipocresía y la astucia.   Ante un ser humano deseoso de conquistar rápidamente los secretos del universo, con el fin de salvarse sobre las ruinas permanentes de su abusiva consumición de todos los bienes de la naturaleza, era preciso ir a las cosas mismas, un enfoque profundo que iniciara una revolución en la cual el conocimiento irrumpe en el hombre, invade y redondea su existencia, haciéndole ver la necesidad de la libertad frente a la pasión de la servidumbre.

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