La ambición de poder sobre otros seres de la misma especie crece, en los individuos dominados por ella, en la misma medida en que disminuye la pasión de saber. Por eso es casi imposible que la sabiduría sea fundamento de la vocación politica y que los gobernantes sepan el alcance de los efectos de sus mandatos. A mayor ignorancia, mayor temeridad.  Zapatero es ejemplo elocuente de las nefastas consecuencias de su imprudente oferta, a la organización terrorista ETA, de reconocer a los vascos el derecho a decidir su futuro, si aquella abandona la lucha armada.   Como era de esperar, Ibarreche y el PNV no hacen más que repetir ahora la misma oferta, para que sea avalada en una consulta popular. Una consulta que ni siquiera sería legítima si se extendiera a todos los españoles, pues éstos no pueden decidir sobre cuestiones ajenas a su voluntad, como la existencia de España o la de Dios.   La descomunal creencia de que la democracia permite dilucidar este tipo de decisiones metafísicas, proviene del error orteguiano  de considerar a la nación como un proyecto de la voluntad común, y no como un hecho de existencia que nos viene dado. Tan descabellado resulta exaltarlo como negarlo, sea en el centro o en la periferia. Los nacionalismos son ignorantes de su perversión intelectual, que es la fuente última de su inclinación a la perversidad cultural o moral.          En las primarias demócratas de Puerto Rico, donde sus ciudadanos no tienen voto en las elecciones presidenciales de EEUU, hemos tenido la ocasión de ver al desnudo una pasión de poder personal tan desmesurada como la de Hillary Clinton. Quien sigue agarrada a la brocha hispana cuando le retiran la escalera artificial de Florida y Michigan. En su personalidad autoritaria hay algo patológico que la inhabilita como gobernante. Todo lo sacrifica, verdad, moralidad, dinero y familia, a su ambición política y social. Incluso el porvenir gubernamental de su propio partido, al que prefiere ver fracasado y dividido antes que presidido por Obama. A su lado, las cuitas de Rajoy parecen alimentadas por una ambición pueril. La de mantenerse como primer funcionario de su partido. El vicio de continuar en el mando del PP, sacrificando sus principios ideológicos en aras de una estrategia incoherente, no es majestuoso, como el de Hillary o el de los reyes, porque aún conserva el escrúpulo exigido por las apariencias y el apoyo interesado de los subjefes prebendarios.   florilegio "Más que el temor a las leyes y que la confianza en sí mismo, las apariencias cumplen en la vida social la funcion de las virtudes en la vida personal. "

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