La polémica sobre principios y valores, generada con la crisis de mando en el PP, no sólo es asunto inédito en la Transición, sino algo sustancialmente incompatible con los disvalores y falta de ideas que la engendraron y presiden.  Aquel  ominoso pacto de silencio sobre lo que más interesaba saber en aquellos  momentos decisivos, suprimió todo atisbo de debate público sobre las cuestiones esenciales de la libertad politica. Cosa lógica en una operación taumatúrgica que cambió de repente a los  franquistas en demócratas y a los republicanos en monárquicos. Su éxito transformista se basó en el asustado consenso de una clase politica emergente que,  por miedo al conocimiento de la verdad sobre su pasado y a la carencia de ideas constructivas sobre el futuro de España, no permitió  que los caminos del porvenir los abrieran los gobernados,  mediante un período de libertad constituyente que les permitiera conocer los principios ideológicos de cada partido y los valores éticos que inspirarían su actuación.     Es natural que al cabo de treinta años de un Estado de Partidos, sin imperativos éticos ni principios democráticos, se trastoquen los juicios de valor sobre los políticos y los medios que se pronuncian sobre las motivaciones de Maria San Gil, que quiere seguir haciendo la misma politica de oposición, sustituyendo al jefe que la hizo durante cuatro años, o las de Rajoy, que desea “flexibilizarla”, sustituyendo al equipo de su confianza que le obedeció. Ahora resulta que en la extrema derecha no está el franquista Fraga, sino los liberales reformistas Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos; que los dirigentes del PSOE los denuncian por el peligro que representan para su querida  monarquía; que Zapatero y Llamazares apoyan a Rajoy como lo mejor que le puede suceder al PP.   Estos juicios estimativos no los hacen expertos en valoraciones políticas o en axiología, sino valedores de su propia causa. Son valoristas de sí mismos. No valoradores de la mercancía que ofrece el mercado político. En “Goethe desde dentro”, y a propósito de la pasión de la soberbia, Ortega llamó valoristas a los iniciados en la estimativa de los valores. Orgullo en Maria San Gil, ambición de poder en Rajoy y soberbia en los periodistas que intentan cambiar la dirección del PP. Desde su perspectiva personal los valoristas reducen la democracia a firmeza ante los terroristas o la amplían, fuera de su ámbito, al derecho de autodeterminación. florilegio "La idiotez politica alcanza su apogeo con la disyuntiva democracia o terror. El debate sobre estrategias antiterroristas suprime el de la libertad politica y el de la democracia formal."

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