El papel institucional del Rey Juan Carlos es difícil de comprender. Mas difícil aun que contestar a la pregunta sobre si el Rey sirve a la cosa pública o se sirve de ella. Los múltiples escándalos de corrupción sancionados por la justicia de la partitocracia (Conde, golpe del 23-F, etc.) y los no sancionados (Los Albertos) que le salpican, no dejan lugar a dudas sobre la opaca cortina estatal que cubre, como un manto de nieve y silencio, la nocturnidad de los negocios Reales. Como si el Rey fuera una figura etérea, no sometida a los instintos de conservación y de supervivencia, se ignora que no ha jurado la Constitución y que está exento de responsabilidad legal, lo que añadido a que no está sujeto por ninguna fuerte convicción moral conocida, ha conformado el “leiv motiv” de las acciones Reales. El Estado Español se ha transformado terriblemente desde el refrendo de la Constitución del 78, y la corona no ha desaparecido. Esto presupone que su futuro no está ligado al de la Constitución del 78. A día de hoy, España es de facto un federación de provincias de partido. El Rey ha guardado silencio salvo para apoyar a Zapatero. Entonces, ¿qué es lo que pone en peligro la institución de la corona? ¿La corrupción real? ¿El sentimiento de virtud republicana? ¿La igualdad ante la ley? ¿El control del poder? ¿La libertad de expresión? Más que todos estos nobles principios son los sentimientos nacionalistas de las regiones con lengua propia los que enardecen el espíritu monarcómaco. Palacio real (Foto: losmininos) El Rey ha sabido amalgamar la lealtad de una clase militar y política salida del franquismo, legitimado por el dictador Franco. Se ha ganado la legitimidad de una clase política ambiciosa de las subvenciones estatales (Partido Comunista) y su camaleónica actuación televisada la noche del 23-F, le dio la legitimidad popular de la que carecía. Ahora, es el turno de los nacionalismos. Al contrario de lo que creyeron los militares y la derecha sociológica, el Rey no es el símbolo de la unidad nacional, sino el tendón de Aquiles que los nacionalistas han amarrado con garfios socialistas y están dispuestos a cortar en cuanto la corona deje de colaborar con la deconstrucción nacional. El lema de la Zarzuela debería ser: "La corona primero, España detrás" y los militares deberían gritar: "Por España y por La Republica Constitucional".