Manifestación contra ETA (foto: dalequetepego) Un concepto al que se le atribuyen propiedades taumatúrgicas, impregna toda la vida pública. El consenso materializa el extremado instinto de preservación de lo propio que caracteriza a los políticos temerosos de la limpia competencia por el poder en una democracia. Ante otro atentado de ETA vuelven a sonar los clarines del consenso, que es presentado como una virtud civilizadora, como un encomiable y sensato proceder con respecto a los conflictos o problemas enconados, e incluso, prescindiendo de éstos, se realza la deseable preponderancia del consenso en cualquier asunto. Destruir el prestigio de esa artimaña de la barbarie política es un imperativo categórico del demócrata. La letra y el espíritu de la constitución oligocrática incitan a la aberrante práctica medieval del consenso, lo que evidencia su carácter reaccionario. El consenso, además de la felonía, favorece el empobrecimiento intelectual. No se nutre de variadas e interesantes ideas para buscar soluciones idóneas, sino de un acuerdo forzado, y forjado sobre una posición inamovible e inatacable. El consenso se decanta por la fuerza de la uniformidad en sí misma. En pos de esa unidad con resabios tribales, no hay lugar para la valentía del disentimiento; sólo para la cobardía asentidora. Ese fetiche de los arribistas políticos, repudia la libertad de pensamiento. Es propio de mentes autoritarias y espíritus medrosos. Sobre el terreno pantanoso del consenso está asentada la Constitución. Todos se esmeran en interpretar la misma música. Todos se convierten en profesionales de la componenda, cuya obsesiva disposición de ánimo y acto recurrente, consisten en pactar y contemporizar. El paroxismo del compadreo y la sublimación de la conchabanza política ocupan lugares de honor. Incapaces de encarar y desvelar la irracionalidad que envuelve la petición de independencia nacional del País Vasco a través de un inexistente derecho de autodeterminación, que es lo que mueve y sustenta la truculencia etarra, se afanan en su impotencia para resolver materialmente el intrincado problema terrorista con proclamas de unidad, sin disolver su causa intelectual.