(Foto: iMorpheus) La infancia de Juan Está nevando. El chiquillo corre a tramos cortos y despavoridos, salta las vías sin apenas levantar el cuerpo del suelo, aparece y desaparece entre las máquinas quietas sobre los raíles. Llega hasta unos cuarenta metros del tren donde se encuentran todos sus antepasados y le sorprende no ver centinelas; los malditos alemanes los han debido de encerrar y ni siquiera les preocupa si podrán sobrevivir al frío, que mueran o escapen. No se oye un ruido. Por un momento, el tren parece una de las imágenes de Alfredo Stieglitz, pero la agitación del niño y sus mejillas encarnadas sacarían a cualquiera de la eternidad. Afina el oído… nada. El III Reich siempre fue consciente de su propia decadencia y ahora, cuando todos sienten que son los últimos tiempos, que todo es una transición, sólo se piensa en disfrutar lo que venga; ya nadie cumple con función alguna si no media el lucro o el olvido de los pecados. El régimen está tan inmóvil como ese tren. Las sociedades y sus nombres se quedan muy solos cuando quienes las integran no tienen voz. Sigue nevando. Por primera vez el jadeo se hace visible en el aire y el movimiento empieza a subir por fin la temperatura del cuerpo del niño. Casi puede tocar el último vagón, la grasa del tope en el que se apoya le mancha el pelo amarillo y mojado. Es al final cuando se debe ser más cuidadoso, decía siempre su padre. Sale corriendo y los ojos se le llenan de lágrimas. Un perro ladra a lo lejos mientras el pequeño aplica con todas sus fuerzas la oreja a la madera congelada que abrasa la piel. Frenético, corre el pasador y tira con todas sus fuerzas de la puerta, pero no puede moverla; tira y tira hasta caer extenuado y roto. Ya no puede llorar, se tumba. Entonces, la puerta del vagón se abre desde dentro y una luz brillante cubre la nieve sucia. Muchas caras se asoman sonrientes y curiosas. “Sólo es una fiesta pequeño, puedes pasar, pero antes arréglate un poco, mira cómo vas”. Juan murió durante la guerra, Andrés Tarkovski en el ochenta y seis y no estamos en Rusia, sino en España. Todos ríen. ¿Quién contará esta historia?