Sr. Ibarreche (foto: jkarteaga) La teoría decisionista de Carl Schmitt pretendía abrir, dando paso a la guerra, una jaula de hierro universal: la civilización vacía y mecanizada que había sido creada en el mundo occidental. Los nacionalistas periféricos, sin tener en cuenta la relación de fuerzas a favor y en contra de su intención, quieren decidir escapar de una supuesta prisión: el "Estado español" que la Historia ha constituido. En el día de la patria vasca, el Sr. Ibarretxe ha confirmado que su objetivo consiste en el reconocimiento "real y objetivo" del pueblo vasco como sujeto político y el ejercicio de su derecho a decidir, mientras el presidente del PNV ha ofrecido al PSOE llegar a un acuerdo que suponga "un paso de gigante" en el autogobierno del País Vasco. En el discurso nacionalista resulta compatible que sea aceptada la convocatoria de un referéndum de independencia y la reclamación del derecho a separarse como si fuese una competencia más en el desarrollo natural de la vía estatutaria. Sin razonamientos ni justificaciones, los partidarios de la irresponsable autodeterminación y el demagógico derecho que la acompaña, sólo tienen motivos sentimentales para solicitar su reconocimiento. La aureola romántica de los progenitores, los mitos que alimentan el inconsciente colectivo, y las frustraciones y resentimientos perdurables que traen su causa de una desaparecida opresión de la lengua y la cultura autóctonas, forman una profunda corriente de sentimientos colectivos que, sin alterar su naturaleza, han de ser encauzados en la dirección de la libertad y el progreso. Los gobiernos que no intentan oponerse al movimiento instintivo de los sentimientos populares, seguirían las recomendaciones de Pareto, que justificó el fascismo con una teoría sentimental de la política. La miseria intelectual y moral del Régimen fomenta las aventuras y fantasías separatistas. Aparte de las tesis contra el derecho de autodeterminación de la comunidades étnicamente diferenciadas en poblaciones que alcanzaron la unidad nacional antes del Renacimiento, la defensa racional y legítima de la unidad de España estará inscrita en la capacidad de decisión de los españoles o en el derecho permanente de la sociedad civil a constituir el Estado y elegir una forma de gobierno que exprese y garantice la libertad política.