Fotografía: vimal Detrás de la luna Desde que el ser humano pudo hacer abstracción mental de sí mismo, ellos habitan allí. Quienes niegan la aceptación a lo desconocido, los que no reconocen lo aceptado por todos, desaparecen ahora en el antiguo destino de los aventureros, en el espanto de los analistas y los asesores de campaña.   Nadie los ve, aunque algún astrofísico haya escuchado una risa, o atisbado una nube de polvo como un estornudo olvidado. No es un escondite, un refugio o un retiro. Es el punto de fuga de su propia perspectiva ante la vida, perseguida, cansada de soledad. Desde allí, La Tierra sigue siendo un objeto invisible que emite una luz azul, muy tenue. Y si todo esto: lo que no se ve, un estornudo silenciado, un color en el orto lunar… no constituye la respiración de la libertad, Dios no la puso en el Cosmos.   Don Roberto McNamara, el Secretario de Defensa más duradero en la historia de los Estados Unidos, héroe durante la Crisis de los Misiles, villano del Vietnam, reconoció lo cerca que estuvo de producirse una guerra nuclear en aquel año 1962. Fidel Castro, tres décadas después, le narró cómo había recomendado al presidente Kruschev disparar las 162 cabezas nucleares que la Unión Soviética ocultaba en la isla, en el caso de que fuese invadida. Incluso si ello suponía la total aniquilación del país caribeño.   El peligro había pasado, pero los Jefes del Estado Mayor seguían pidiendo a Kennedy que atacara; sin más, ahora que contaban con una superioridad estratégica de diecisiete a uno. No podían confiar a una moratoria en los ensayos el mantenimiento de aquella posición superior. Insistían en que los soviéticos mentirían, no respetarían las restricciones. Cuando McNamara, consciente de que cualquier prueba de armamento atómico podía ser detectada inmediatamente, preguntó cómo lograrían sus enemigos hacer algo así, la respuesta estuvo a punto de descubrir el lugar donde duerme la mirada: "Las harán detrás de la luna".

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