Hemiciclo (foto: capitrueno) El hombre enfermedad del hombre, decía Nietzsche. El hombre de partido en una sociedad política estatalizada, patología de una sociedad civil inerme ante la opresión, incompetencia y corrupción inherentes a la Monarquía de partidos. Jung en su libro “Presente y porvenir”, afirmaba que el Estado moderno manejado por algunos individuos sin escrúpulos, podría conducir a una situación o forma de sociedad primitiva, sometida a la autocracia de un jefe o de una oligarquía todopoderosa.   El desquiciamiento civil de los partidos políticos que se han enquistado en el Estado, se manifiesta con toda crudeza en el templo donde se rinde culto a la ficticia soberanía popular, mientras se evidencia la realidad partidocrática. Los votantes han refrendado el poder constituido manteniendo su distribución interna entre los partidos.   El jefe del partido estatal secundario, aboga por el paroxismo del consenso: “Los pactos de Estado deben ser entre ustedes y nosotros” aunque “mejor que estén todos”. El jefe del partido gubernamental se vanagloria de la impoluta trayectoria del PSOE que “ha estado en todos los consensos de Estado en estos treinta años”, remontándose a la fuente de la infección: “El gran pacto de Estado es el Constitucional”.   Esta regresión estatal, de la que los españoles no estaban inmunizados en la transición, tuvo lugar en la postguerra. La superpotencia que tras derrotar al totalitarismo, desplegó sus fuerzas de ocupación en la Europa occidental, recurrió a las ajadas hojas de servicios que habían prestado, entre otros, los fracasados Adenauer o De Gasperi, para reconvertir el Estado de partido único en Estado de partidos. Con este golpe de mano constitucional, se destruye el carácter representativo que suponía el parlamentarismo. Los estados europeos sin división de poderes nunca fueron democráticos, ahora tampoco son liberales.   En el Congreso no hay discusión política, porque se ha sustituido por la unísona palabra del poder. El deseo irreprimible de entregarse al pactismo, para volver a integrarse en la paz sin problemas de la materia estatal de la que proceden todos los políticos del régimen, revela una tendencia “thanática”, como diría Freud. El consenso es el permanente suicidio de la política al que asiste impasible la sociedad civil.

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