En algunos sectores de la opinión pública se habla sin tapujos de la existencia de un “problema nacional”. Algunos discutirán si éste existe o no. Lo fabuloso es que los que asumen y denuncian la referida contrariedad encajen su solución en el mismo Régimen que de iure y de facto lo ha producido, clamando por la vuelta al consenso del 78.   Nos enseña la realidad que la pugna en política termina reduciéndose, en lo esencial, a dos posturas en las que se aglutinan dos bandos. Así es también  si el objeto del enfrentamiento es España. No habiendo existido en nuestra historia ni libertad política ni representación de la sociedad civil en el Estado, y teniendo en cuenta que la separación entre éste y la Nación no es más que una ficción legitimadora del poder; tal disputa solo pudo haber nacido dentro de la propia clase dirigente española.   La decadencia nacional propició que la lucha por el poder llegara a poner en cuestión el propio “hecho de convivencia colectiva”, tan natural como involuntario, que es España. La dialéctica estado-nación operó aquí en sentido inverso. Ésta no ejerció una presión conformadora de aquél, sino que el dominio del Estado por el rival político se deslegitimó a costa de destruir la propia Nación, objetivo compartido por los entonces recién nacidos nacionalismos periféricos.   El toro de Osborne (foto: Manuel Atienzar) Lo de las “Dos Españas” reconoce, en realidad, “dos facciones” estatales. Ahora se nos presentan como Centro-Derecha e Izquierda (más sus aliados nacionalistas a los que en ocasiones suplantan). Capaces de derramar, en sus reyertas, la sangre de los españoles, y de patrocinar el sometimiento de la sociedad al Estado para, luego, y como si nada, volver a repartirse el poder en proporción a los votos escenificando una reconciliación. Pero todos asumen, expresa o tácitamente, que la Nación es algo discutible y España queda reducida así a programa de partido, como sucede con los nacionalismos.   Los más afamados defensores patrios no pasan de hablar de una retórica “idea de España” y nunca del reconocimiento efectivo del hecho nacional —lo que invalidaría el Régimen actual—; y piden votar al PP en vez de un nuevo y verdadero proceso constituyente de la sociedad en el Estado, ahora con libertad política, que elimine las enquistadas facciones estatales y resuelva definitivamente el asunto.

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