El régimen monárquico se apresta a conmemorar la fecha del 2 de mayo de 1808. Como ocurrió en la celebración del centenario del descubrimiento de América, cabe esperar que aproveche la ocasión para asestar otro golpe a la memoria colectiva dentro de su programa de desnacionalizar España como un hecho histórico, como una nación cuya unidad ha sido consolidada por la historia. Ya han empezado a entonarse cánticos a favor de los afrancesados, un grupo minoritario dentro del conjunto de la nación a la que no representaba, como demostró el levantamiento y la lucha posterior. Los afrancesados, partidarios del despotismo ilustrado, tenían buenas razones frente al espectáculo que daban los Borbones afincados en España, y hasta es posible que José I hubiese sido mejor gobernante. Sin embargo, no se recordará un hecho muy importante: que José I era el rey legítimo según las reglas vigentes de la soberanía. Lo que quiere decir que el levantamiento del dos de mayo y los hechos que le siguieron fueron una rebelión contra la monarquía legítima y legal. Pero los españoles no le reconocieron la legitimidad por considerar que, en realidad, era una monarquía impuesta sin consultar la voluntad de los españoles. Fue una rebelión en toda regla contra el principio monárquico. La rebelión general fue un hecho espontáneo en todas las regiones o provincias de entonces. Móstoles fue el detonante. En todas ellas se formaron Juntas por la urgencia del caso, pero decididas a someterse a un poder unitario, la Junta central, representativa de toda la nación. En ello destacó por cierto la de Cataluña. Los catalanes pidieron que, en lo sucesivo, “no se hablase más que del santo nombre de España”. Aquella rebelión contra una monarquía legal, y legítima de acuerdo con las leyes y costumbres de entonces, pero impuesta, se transformó en una revolución en la que emergió la nación española como un todo, dueña de sí misma, de su voluntad para quitar o poner reyes. De ahí arranca la historia de la España contemporánea hasta nuestros días, en que la división es una consecuencia lejana de la historia interna de la dinastía restaurada, más interesada en sí misma que en la nación que la había repuesto. Las dos restauraciones posteriores fueron en realidad instauraciones debidas a la voluntad de grupos de intereses y no al deseo de la nación: en ninguno de los casos fue consultada. Si fuese una empresa honrada la traída y llevada “memoria histórica”, inventada por el régimen actual con mentalidad de película del Oeste para quedar como el bueno, imaginándose así justificaciones para dividir la nación, tendría que comenzar por recordar estos hechos fundamentales. Pero no llegará tan lejos porque no le conviene, lo que demuestra la falsedad de esa memoria histórica y del régimen. Será como un fantástica falsificación histórica del estilo de la Enciclopedia Soviética.