LUIS FERNANDO LÓPEZ SILVA
Esta breve frase, que se puede interpretar como una crítica al sistema de enseñanza o como un eslogan de denuncia social, la hallé trazada con pintura de espray en las paredes de la entrada de un Instituto, seguramente, escrita por algún grupo de alumnos. Y creo, que precisamente es en este lugar donde cobra más sentido y coherencia dicho enunciado, ya que su clarividencia es descomunal en el contexto actual en el que los sistemas educativos pretender ser reformados y dirigidos en consonancia con las teorías más economicistas, en tal si el economicismo no fuera ideológico.
El Sistema de Enseñanza como bien sabemos todos es el subsistema social encargado de transmitir a las nuevas generaciones las prácticas arraigadas en el presente del colectivo social. De alguna manera, su asignación es la de establecer sin fisuras el proceso de reproducción social. El problema, claro está, es que este proceso de reproducción social está apuntalado siempre por poderes e ideologías que tratan de influir interesadamente en los modelos sociales a seguir. Por tanto, visibilizar quién o quiénes están detrás de las imposiciones sociales es uno de los puntos esenciales a la hora de analizar con rigor la configuración y puesta en marcha de los sistemas educativos, porque de lo contrario, estos se convierten en los recaderos de los poderes dominantes. Y esta labor es precisamente la que nunca se hace cuando se pretende hacer o reformar un sistema educativo.
Pero para seguir, hagamos un pequeño énfasis analítico del título. Si se considera que el sistema de enseñanza es un subsistema social, integrado, junto a otros subsistemas (familiar, de trabajo, de ocio y consumo, de cultura, etc) dentro del amplio sistema social, aquí la tarea del sistema educativo recae en la de inculcar y formar a los jóvenes la praxis de los demás subsistemas para que no existan roturas en el sistema mayor. Este es el bucle de la reproducción social. Y es en esta reproducción social del sistema hacia dónde va dirigida la carga crítica de nuestro enunciado, ya que sostiene que la enseñanza del sistema total corre en buena medida a cargo de los sistemas de formación estatales. Y quien dirige los resortes del Estado, dirige interesadamente la educación para conformar y materializar la ingeniería social en la que cree y propugna.
No en vano, el origen de los sistemas educativos corrió paralelo al de los estados europeos nacionalistas modernos de finales del siglo XIX, en los que se hizo un esfuerzo por implantar los sistemas formativos para forjar un carácter patriótico al pueblo y suministrar los profesionales necesarios para burocratizar la maquinaria estatal y económica del Estado, en definitiva para crear naciones poderosas y orgullosas. Ya en la segunda mitad del siglo XX esa concepción idealizada de la nación se atemperó y los sistemas educativos dedicaron sus esfuerzos a culturizar a las poblaciones para el fomento del desarrollo económico y el consumo como forma de sentirse libres en unas democracias sin democracia real. Hoy día, en nuestro siglo XXI digital, el palpable desastre ontológico, identitario o de visión de los sistemas educativos no viene ni siquiera dado por la adaptación o no a las nuevos recursos tecnológicos como nos quieren hacer ver, sino por insistir en los mismos vicios del pasado, en seguir siendo lapas de los poderes influyentes y ser manipulados por ideologías trasnochadas de pensamiento unidimensional. Hoy día los sistemas educativos, al margen de quien los financie, ha de estar al servicio del pensamiento plural y sobre todo solícitos a formar ciudadanos que se atrevan a ejecutar un pensamiento libre y crítico en sus contextos socio-políticos y económicos para actuar en consecuencia.
Para no irnos muy lejos, la ley Wert (LOMCE) que se pretende implantar en nuestro país va por ese mal camino de adoctrinar en pensamientos unidimensionales, al igual que todas las anteriores leyes promulgadas por los distintos ejecutivos de gobierno en los últimos 35 años.
Sin duda, este vidente eslogan deja al descubierto las miserias de los sistemas educativos, que en vez de servir y ayudar a promocionar el pensamiento libre y culto, despliegan todo su poder conformativo al servicio de agentes e ideologías en aras de la servidumbre voluntaria y el conformismo social más subyugantes.