El proyecto de federación de los Estados Unidos de Europa, que cuenta ya con más de siglo y medio de gestación infructuosa, no se basó, en ninguna de sus propuestas y tentativas, sobre el modelo de los Estados Unidos de América. La razón que siempre se adujo era la misma que la señalada por Tocqueville para establecer la diferencia entre la democracia americana y la europea. Allí había una igualdad de condiciones sociales que aquí faltaba. Pero esa explicación además de no ser histórica tampoco satisface al intelecto. Lo que pudo ser verdad (con esclavitud de los negros) en el origen, pronto dejó de serlo con la avalancha de inmigrantes. A partir de 1860, la desigualdad de condiciones era superior al otro lado del Atlántico. La guerra de Secesión demostró que la oposición de los modos de producción del Norte y del Sur equivalía, desde el punto de vista de la unidad política, a la que manifestó la lucha de clases en la guerra cartista y en las revoluciones europeas del 48. Lucha que allí estuvo a punto de romper la federación y aquí estableció, con dos guerras mundiales, la división política, económica y cultural entre dos bloques europeos.
Aunque intervengan otros factores, los grandes fracasos políticos, como el de la Constitución de la UE, deben explicarse ante todo por grandes causas políticas. Más potente que la idea de federar a los pueblos bajo una sola bandera ha sido la idea nacionalista de mantenerlos no ya separados sino enfrentados a muerte. Esto explica que los federalistas europeos se inspiraran en los movimientos culturales y económicos donde el nacionalismo parecía inclinarse ante el internacionalismo, como en Francia bajo el Segundo Imperio, o había sido superado en federaciones interiores, como en Suiza o Alemania. Por eso, se debe transformar la UE en una Federación basada en la democracia de sus Naciones, y no en la oligarquía de sus Estados de partidos.
*Publicado en el diario madrileño Ahora en junio de 2005.