MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
“Tened cuidado: no se os embote la mente
con el vicio, la bebida y los agobios de la vida”
( Lucas, 21, 34 )
Nos enseña solícito Pepe, el conserje, la casa de pueblo de Federico en su pueblo natal, Fuente Vaqueros. Su olor nos revela de forma indubitable que estamos en una casa de pueblo. Vemos la cama de sus padres, su cuna, su tacatá, su piano, y aún entrevemos las escaleras por donde el pequeño Federequín correteaba arriba y abajo. El pozo con su brocal de época en donde Federico se asomase con devoción de abstemio. El laurel y la araña trepadora. Y antes de llegar a su pueblo se nos presentaron varias frescas y sombrías choperas, y uno recordó aquellos poemas juveniles del chopo agonizante y del chopo muerto, en donde resuenan los ecos sibilinos de la gran poesía de todos los tiempos, en fragmentaciones de una brevedad rutilante, que tanto recuerda a Alcmán, saturadas células poéticas que se aglutinan en perfecta y líquida cascada.
Aunque existen pocas obras poéticas tan abstemias como la de Federico García Lorca – a pesar de que se haya hablado de su intenso espíritu dionisíaco, como para algunos parece corresponder al poeta con duende o daímon, y que hasta en consonancia con ello se le ha puesto la etiqueta de “maldito”, si bien reconociéndosele un enorme academicismo apolíneo -, en la que nos aparecen himnos al agua y el agua misma se instala como una simbología constante de vida fuerte, contiene, no obstante, algunas imágenes del alcohol en general, y del vino en particular, con unas connotaciones cada vez más siniestras y negativas a medida que avance “cronológicamente” la colosal obra lorquiana. En toda su obra Lorca apostará claramente por el agua frente al vino, simbolizando aquélla el bien en todos su matices ( pureza, vida, alegría, inocencia, fuerza, etc. ), y éste todo lo contrario. De haber dionisismo en Lorca, sería un dionisismo de agua pura, fresca y transparente.
Ya en su Libro de poemas ( 1921 ), en la “Elegía a Doña Juana la Loca”, que lleva la temprana fecha de 1918, el poeta nos dice: “derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve / y al querer alentarlo tus alas se troncharon”, en el que se opone el licor ardiente de la pasión de la reina al pobre y gélido recipiente que lo contiene, su hermoso marido. En el poemita “Cigarra”, también del muy joven 1918, se nos dice: “¡Cigarra! / ¡Dichosa tú! / que sobre el lecho de la tierra / mueres borracha de luz!” Y es que la luz, como un aleluyático vino de vida, evangélico y anacreóntico, también puede emborrachar por sus muchos grados de claridad. En la poesía “Elegía” del mismo libro se nos presenta “la dionisíaca copa de tu vientre”, imagen llena de un erotismo que configura y evoca el sexo femenino como un cuenco de dulzores embriagadores, muy parecidos a los vinos dulces y a los anises. Así, en la misma Elegía Lorca añade: “Venus del mantón de Manila que sabe / del vino de Málaga y de la guitarra”. Y no será la primera vez que a Lorca le huela – o incluso le sepa – el sexo de la mujer como el vino de Málaga y los anises. Un vino que también tiene algo de diabólico, y así dice en el epilion “Prólogo”: “porque el vacío / no puede compararse / al vino con que Satán obsequia / a sus buenos amigos./ Licor hecho con llanto./ ¡Qué mas da!/ Es lo mismo / que tu licor compuesto / de trinos”. Desde el primer momento la idea de la lujuria, de la más rabiosa concupiscencia se representa en Lorca con un vino culpable, que paradójicamente es también sangre de Cristo, “cuius una stilla salvum facere / totum mundum quit ab omni scelere”, que diría Santo Tomás de Aquino. Así, en “Canción Oriental” señala: “Las vides son la lujuria / que se cuaja en el verano, / de las que la iglesia saca, / con bendición, licor santo.” Cuando llega la eclosión de la primavera y los campos ondulados de Andalucía invitan al amor a toda la Creación que sobre ellos vive o cruza, Lorca ve “el pinar, borracho de aroma y sonido” ( vid. El verso 11 de la “Invocación al Laurel”, dedicado a su muy amigo Pepe Cienfuegos ). Sí, efectivamente, el vino es el combustible del amor, como así nos los declara demoníacamente en el poema “Ritmo de Otoño”:
“Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante
quiero lanzar mi grito,
sollozando de mí como el gusano
deplora su destino.
Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso
Y azul como los álamos del río.
Azul de corazones y de fuerza,
El azul de mí mismo,
Que me ponga en mis manos la gran llave
Que fuerce al infinito.
Sin terror y sin miedo ante la muerte,
Escarchado de amor y de lirismo,
Aunque me hiera el rayo como el árbol
Y me quede sin hojas y sin grito.
Ahora tengo en la frente rosas blancas
Y la copa rebosando vino”.
Pero el vino no nace por sí solo, sin que necesite para su elaboración de la potencia solar de la persona amada: “Si te vas muy lejos, / mi pájaro llora / y la verde viña / no dará su vino”. En esa verde viña reconocemos al Lorca “con la tierra en la cintura”, empantanado siempre en todos los subsuelos de la naturaleza y el ser, entusiasmado por los dioses ctónicos, esteta en lo externo y reclamado por los más urgentes y oscuros tirones en lo interno.
Ya en Poema de Cante jondo ( 1921 ), en su epilion titulado “Sevilla”, Lorca nos dice: “Y loca de horizonte,/ mezcla en su vino / lo amargo de Don Juan / y lo perfecto de Dionisio”, queriendo significar que los vinos, como la altiva Sevilla, siempre pueden tener, y de hecho tienen, dos perspectivas contrapuestas y complementarias, aunque ambas estén en un mismo y único vino. El vino puede animar, pero también adormecer; alegrar, pero también hacer llorar. En su libro Canciones ( 1921-1924 ) hace un himno a Baco inquietante y enigmático:
Verde rumor intacto.
La higuera me tiende sus brazos.
Como una pantera su sombra,
Acecha mi lírica sombra.
La luna cuenta los perros.
Se equivoca y empieza de nuevo.
Ayer, mañana, negro y verde,
Rondas mi cerco de laureles.
¿Quién te querría como yo,
si me cambiaras el corazón?
…Y la higuera me grita y avanza
terrible y multiplicada.
Y es que el diablillo etílico nos trae una sabiduría telúrica, nos instala en el corazón saberes milenarios. El vino vive de conjurar lo oscuro, lo telúrico, de transgredir nuestras más cotidianas mundivisiones, fundadas por otros alcoholes no peores que el verdadero alcohol. Aleixandre hablaba del conocimiento noético del vino.
La húmeda intimidad de la amada relumbra con sabor de anís bajo una noche blanca. Ya hemos aludido antes con el vino de Málaga al sabor dulzón que tiene el sexo para Lorca, y en Serenata leemos: “La noche de anís y plata / relumbra por los tejados./ Plata de arroyos y espejos./ Anís de tus muslos blancos”. Y comienza aquí en Lorca la obsesión por los muslos. Lorca es el poeta obsesionado por los muslos. Tanto la Lolita de este poema como la Belisa del Amor de don Perlimplín tienen muslos de anís, probablemente como los tres Arcángeles del Romancero Gitano. Ya en el poema del vino de Málaga nos presenta por primera vez otra obsesión erótica de Lorca: “viene tu culo en retórica de mármol”. Los muslos y los glúteos – pulpa humana de vida, de materia ciega – polarizan el erotismo del poeta.
El alcohol se revela a veces en una aliteración mareante, en una misteriosa onomatopeya divina, pero también cercana al vómito.
Abejaruco.
En tus árboles oscuros.
Noche de cielo balbuciente
Y aire tartamudo.
Tres borrachos eternizan
Sus gestos de vino y luto.
Los astros de plomo giran
Sobre un pie.
Abejaruco.
En tus árboles oscuros.
Dolor de sien oprimida
Con guirnalda de minutos.
¿Y tu silencio? Los tres
borrachos cantan desnudos.
Pespunte de seda virgen
Tu canción.
Abejaruco.
Uco uco uco uco.
Abejaruco.
Ya en el Romancero gitano, la pureza de las mujeres gitanas se manifiesta plena en la excelsa pureza de su alma abstemia, reflejo de su sagrada abstinencia sexual ( “El inglés da a la gitana / un vaso de tibia leche, / y una copa de ginebra / que Preciosa no se bebe” ) frente a la violencia sexual que origina el mosto diabólico en unos bárbaros armados: “La noche se puso íntima / como una pequeña plaza./ Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban”.
El tema de la homosexualidad de nuestro poeta se hace patente y hasta explícita en los barrocos romances a Los Tres Arcángeles, y percibimos también, junto a un medido autocontrol del sentimiento homosexual, un depurado equilibrio clásico entre el agua y el vino, con una simbología surrealista que ya prefigura Poeta en Nueva York. Así, leemos en San Rafael:
Un solo pez en el agua
Que a las dos Córdobas junta:
Blanda Córdoba de juncos,
Córdoba de arquitectura.
Niños de cara impasible
En la orilla se desnudan,
Aprendices de Tobías
Y Merlines de cintura,
Para fastidiar al pez
En irónica pregunta
Si quiere flores de vino
O saltos de media luna.
Pero el pez, que dora el agua
Y los mármoles enluta,
Les da lección y equilibrio
De solitaria columna.
El Arcángel aljamiado
De lentejuelas oscuras,
En el mitin de las ondas
Buscaba rumor y cuna.
Por cierto, el verso “aprendices de Tobías” no se puede entender sin conocer la relación existente entre el Arcángel San Rafael, y el joven Tobías, que leemos en la Biblia, en el Libro de Tobit, y es que Lorca es ininteligible sin tener una cultura católica básica, cosa tan difícil de que tengan hoy en España los adolescentes, que por ello jamás podrán entender plenamente la lírica lorquiana. Podríamos hacer un trabajo de Lorca y la religión católica, que casi está omnipresente en su obra. Pero no nos salgamos ahora de nuestro argumento, que aquello es otra batalla.
La Guardia Civil, más literaria que histórica, mitologizada por completo en la obra lorquiana – lo mismo, por otra parte, que los gitanos, pues que los gitanos de Lorca no representan una descripción etnográfica, sino un universo literario -, la Guardia Civil, digo, como pura figura poética, funcionando siempre como símbolo de una brutal idea mutiladora de la libertad de ser otra cosa de lo que somos los demás, se nos presenta siempre cercana o al café con leche o al alcohol.
A la nueve de la noche
Lo llevan al calabozo,
Mientras los guardias civiles
Beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
Le cierran el calabozo,
Mientras el cielo reluce
Como la grupa de un potro.
El olor a vino y a ámbar se presenta fuerte, poderoso, insoslayable, en la noche del velatorio gitano que sigue a la muerte del transgresor Camborio, ya pura cera de amor.
Ajo de agónica plata
La luna menguante, pone
Cabelleras amarillas
A las amarillas torres.
La noche llama temblando
Al cristal de los balcones,
Perseguida por los mil
Perros que no la conocen,
Y un olor de vino y ámbar
Viene de los corredores.
El asalto que la Guardia Civil lleva a cabo a un poblado gitano que celebraba la Navidad, y que debemos vincularlo a las pesquisas policiales de la muerte del Camborio, cuyo loco amor le hizo quebrantar una ley sacrosanta de los gitanos, se nos describe con una muy estudiada confusión de personajes religiosos y cosas propias del folclore navideño. Así, la Virgen y San José tienen como cortejo las figuras que aparecían en el etiquetado de las populares botellas de las Bodegas de Pedro Domecq,
Detrás va Pedro Domecq
Con tres sultanes de Persia.
Y esta confusión transgresora intenta disfrazarse ante la presencia ortodoxa de la severa Benemérita.
Los relojes se pararon
Y el coñac de las botellas
Se disfrazó de noviembre
Para no infundir sospechas.
Este coñac disfrazado de noviembre es una de las más representativas imágenes gongorino-surrealistas de todo el Romancero Gitano, un romancero en el que Lorca, hombre secretamente desarraigado de la sociedad, debe ser visto ante todo como un rebelde metafísico, y jamás como un rebelde político.
Un paisaje perfectamente clásico y, más concretamente, helenístico, de parras como techos gloriosos bajo cuyos pámpanos el dios alegre vivaquea, convertido ahora en un Jehová con el encanto del lógos jonio, festonea la espléndida violación de Thamar, la bellísima princesa delgada de los pechos pequeños y altos.
Los cien caballos del rey
En el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
La delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
Ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
Arroyos de rubio mapa.
¡Oh qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
Y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
Esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
Bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
Gritan vírgenes gitanas
Y otras recogen las gotas
De su flor martirizada.
Paños blancos, enrojecen
En las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
Pámpanos y peces cambian.
Es así cómo, bajo los pámpanos que se convertirán en vino de Málaga con sabor a sexo femenino, se nos aclara el crimen del Camborio.
El alcohol en Poeta en Nueva York ( 1930 ), respondiendo precisamente a su origen etimológico, se nos presenta como algo diabólico y exterminador. El alcohol está en el negro duro de las botellas, en la yerta ginebra que se olvida en el vaso, por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos. Los escarabajos borrachos de anís olvidaban el musgo de las aldeas y para Lorca es preciso matar al rubio y sajón vendedor de aguardiente. Nueva York, ensordecedor galimatías, está viviendo el turbio tráfico de alcoholes. Es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas de champán, dice Lorca en la Oda al Rey de Harlem. Y es que Lorca se coloca con Harlem frente a Wall Street, como antes se había colocado con el Albaicín frente a la Guardia Civil. Los muchachos americanos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes y tragan pedacitos de corazón, por las heladas montañas del oso. Los blancos, en orgía perpetua de whisky, como los guardias civiles en orgía de anís, ginebra o limonada. El poeta pudo ver la transparente cigüeña de alcohol mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes y vio las cabañas de goma donde giraban las copas llenas de lágrimas, y los helados paisajes del cáliz.
Son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
Los que creen en el cruce de los muslos y llamas duras,
Los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
Los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
O los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.
Aquí nos escandaliza Lorca como un profeta bíblico, como un redentor premonitorio, un guía o un salvador inspirado de la humanidad sufriente, una humanidad que debe vomitar ante lo que ven sus ojos.
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
Esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
Y despide barcos increíbles
Por las anémonas de los muelles.
Y es que un día los caballos vivirán en las tabernas y las hormigas furiosas atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. El caballo grande y la hormiga diminuta. Lorca está pidiendo naturaleza salvaje e invasora. Lorca quiere enfrentar a la naturaleza maligna, oscura, con la civilización maligna, siniestra, que con su luz de neón afantasma las criaturas. Y la vaca es un animal que amará siempre con todo su corazón el poeta granadino; una vaca que ya se fue balando por el derribo de los cielos yertos donde meriendan muerte los borrachos.
El vino no debe adormecernos jamás, pues en un mundo así no tenemos derecho a dormir, ni a beber copas falsas de vino para dormir. Sólo podemos beber un vino que nos mantenga vígiles para acompañar el dolor de los demás.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
Y amargas llamas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
Abrid los escotillones para que vea bajo la luna
Las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
El misterio de la transubstanciación de la sangre de Cristo en vino es constante en la espoleta metafórica y terrible que tan bien sabe explotar Lorca.
Estás aquí bebiendo mi sangre,
Bebiendo mi humor de niño pesado,
Mientras mis ojos se quiebran en el viento
Con el aluminio y las voces de los borrachos.
Los licores deberían también elaborarse, destilarse, con otras plantas evangélicas, además de la rotunda vid. “El aullido es una larga lengua morada que deja hormigas de espanto y licor de lirios”. El NuevaYork lorquiano carece de corazón y de toda filantropía. “Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino”.
El asceta Walt Whitman, el genial poeta de la escuela filosófica, austera y demócrata de Concorde, puritana, viril y noble, se nos presenta a través del atuendo surrealista lorquiano con el perfecto ascetismo civil del “pilgrim” americano, tan encantadoramente erótico, por otra parte, para los maricas:
Anciano hermoso como la niebla
Que gemías igual que un pájaro
Con el sexo atravesado por una aguja,
Enemigo del sátiro,
Enemigo de la vid
Y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
El poeta huye de Nueva York en un baile onírico y surrealista del mar y coñac, que el alcohólico Leonard Cohen lo supo, como inspirado glosador, perfectamente reinterpretar en su versión al inglés.
Este vals, este vals, este vals
De sí, de muerte y de coñac
Que moja su cola en el mar.
Después del baile y el coñac, los bajos apetitos de nuestro poeta andaluz desean volver a saborear el profundo vino de Malaga: “Dejaré mi boca entre tus piernas”. Creemos que pansexualismo, y no homosexualismo, es la palabra necesaria para entender la libido lorquiana. Dentro de este pansexualismo o panerotismo, el sexo es cantado por el poeta en todas sus versiones y variantes, en todos sus reinos, incluso el vegetal. Nuevo Hypnerotomachia Poliphili.
Y antes de volver a España, a una realidad menos brumosa, aunque no menos terrible, el poeta descansa totalmente ebrio ( ¿quizás de ron? ¿quizás de whisky? ) en los asientos traseros de un automóvil que le está llevando a toda velocidad de la Habana a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas.
Iré a Santiago.
Por fin, Poeta en Nueva York se cierra, como un interregno en los infiernos con voluntad tanática, con empujones de borrachos. No podía ser de otra manera. Cósmica desolación. Lírico estupor. Lorca se nos ha presentado aquí como “un serafín de llamas”, que es como él mismo se define. Es decir, como un ángel del infierno, como un diablo con rango de suboficial, que ésa es la categoría que vienen a tener los serafines del Cielo, según San Dionisio. Es su vis daemónica, telúrica, infratelúrica, la que levanta y concita a la naturaleza oscura y maligna contra la inhumanidad transparente y boba de Nueva York, un Lorca oficiante de macumbas contra los amos rubios y sus Melisendas. Nada que ver con el Nueva York de otro señorito andaluz, Juan Ramón Jiménez, quien hace una crítica gazmoña, de casino de pueblo andaluz, a la gran nueva Babilonia: le irritó mucho ver a una pelirroja camarera newyorkina con las uñas sucias bebiendo ginebra.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita
No nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
Y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
Dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
Mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.
Fue entonces
Y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.
El gran amigo y conocedor de Lorca, el torero Ignacio Sánchez Mejías, decía así: “Lorca es Belmonte, y Alberti es Joselito”. De nuevo lo dionisíaco frente a lo apolíneo, el duende frente a la musa, la inspiración nocturna – que diría de Lorca Gillén – frente al amigo de las madrugadas. Belmonte es el último torero goyesco, y Goya es el primer pintor maldito, como Lorca es nuestro Baudelaire, nuestro primer poeta maldito, ebrio de linfas purísimas. En el inconsolable “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” la sangre representa el licor de la vida, y la calidad de este vino vital es proporcional a la calidad de la vida, en una especie de transubstanciación moral.
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
Que no hay golondrinas que se la beban,…
Mientras que el vino de la muerte sale de otras uvas tenebregosas.
El otoño vendrá con caracolas,
Uva de niebla y montes agrupados,
Pero nadie querrá mirar tus ojos
Porque te has muerto para siempre.
En el Diván del Tamarit ( 1936, año que debería ser nefando en España ) el vino sigue teniendo una voz oscura y siniestra; es un símbolo de destrucción, de autoaniquilación; es una bebida de muerte y para la muerte.
No quedaba en el aire ni una brizna de alondra
Cuando yo te encontré por las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni una miga de nube
Cuando te ahogabas por el río.
Y en la “Gacela del mercado matutino” desearía con toda su alma convertir en un nuevo vino de vida y esperanza todo aquello que nuestro poeta tanto ama.
Por el arco de Elvira
Voy a verte pasar,
Para beber tus ojos
Y ponerme a llorar.
En el poema suelto “El Jardín de las morenas” el vate granadino nos habla de un limonar de su paradisíaca época infantil, con todas sus cacumonas poéticas y plásticas, que aún se encuentra “sin báculo y sin rosa”, entendiendo aquí el báculo como el largo cayado de Baco, dios del vino. En la poesía “Normas”, perfecta décima a lo Espinel, también dentro de sus Poemas Sueltos, cajón de sastre, verdadero “de re varia”, ve y presiente la juventud de su cuerpo desnudo con un vino con que podría emborrachar a un amor demasiado puro y virginal como para merecer el don daimoníaco de la ebriedad.
Norma de seno y cadera
Bajo la rama tendida;
Antigua y recién nacida
Virtud de la primavera.
Ya mi desnudo quisiera
Ser dalia de tu destino,
Abeja, rumor o vino
De tu número y locura;
Pero mi amor busca pura
Locura de brisa y trino.
En la Oda a Salvador Dalí nuestro skaldo granadino desconfía de los abstemios, porque llegan a tener la capacidad de ser crueles.
Marineros que ignoran el vino y la penumbra
Decapitan sirenas en los mares de plomo.
La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene
El espejo redondo de la luna en su mano.
Aunque el bardo andaluz profetiza que el vino es enemigo acérrimo y se espanta de la fría razón surrealista de Salvador Dalí,
Pides la luz antigua que se queda en la frente,
Sin bajar a la boca ni al corazón del hombre.
Luz que temen las vides entrañables de Baco
Y la fuerza sin orden que lleva el agua curva.
En la excelsa “Oda al Santísimo Sacramento del Altar”, dedicada a Manuel de Falla, en la que se nos muestra Lorca como un ferviente católico, cordialmente heterodoxo, y que tiene como nuncupatorio el “pange lingua gloriosi/ corporis misterium/ sanguinisque pretiosi,/ quem in mundi pretium/ fructus ventris generosi/ rex effudit gentium”, se nos vuelve a poetizar y alta y sentidamente literaturizar el misterio de la transubstanciación del Cuerpo y la Sangre de Cristo en pan y en vino,
Cantaban las mujeres en la arena sin norte,
Cuando te vi presente sobre tu Sacramento.
Quinientos serafines de resplandor y tinta
En la cúpula neutra gustaban tu racimo.
Al saltar de la estrofa a la antístrofa el inspirado bardo andaluz, deslumbrante e indescifrable, empapado de la vieja cultura católica española, introduce el diálogo litúrgico posterior a las letanías lauretanas dedicadas a Nuestra Señora, y al momento anterior a la misma Consagración en la Misa.
– Agnus Dei qui tollis peccata mundi.
– Parce nobis, Domine.
Y sigue describiéndonos el misterio.
Escribientes dormidos en el piso catorce.
Ramera con los senos de cristal arañado.
Cables y media luna con temblores de insecto.
Bares sin gente. Gritos. Cabezas por el agua.
…..
Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio
Aquietaba la angustia del amor desligado.
Sólo tu Sacramento, manómetro que salva
Corazones lanzados a quinientos por hora.
…..
Mundo, ya tienes meta para tu desamparo.
Para tu honor perenne de agujero sin fondo.
¡ Oh Cordero cautivo de tres voces iguales!
¡Sacramento inmutable de amor y disciplina!
La prevención, y hasta horror por el vino, siguen apareciéndonos en los Cantares Populares, objetos diamantinos, tallados por una sabiduría de siglos:
Del olivo
Me retiro,
Del esparto
Yo me aparto,
Del sarmiento
Me arrepiento
De haberte querido tanto.
De la locura del amor carnal se arrepiente, como de la droga que florece en los costados del sarmiento.
Continuara…