PACO BONO SANZ
Afirma Mariano Rajoy que España es un bien indiviso. ¡Menudo descubrimiento ha hecho el jefe del PP y presidente del gobierno del régimen de partidos! El que España sea un bien indiviso no soluciona el problema del cacareado derecho a decidir nacionalista. La clave está en la divisibilidad o indivisibilidad de ese bien, ¡en si se planta o no cara con la verdad! No se atreve Mariano. Don Antonio García-Trevijano siempre nos recuerda que una constitución no debe contener definiciones, sino sólo normas. No necesitamos que ninguna Carta Magna nos defina España, porque España es España desde hace más de quinientos años y su existencia no es fruto de la voluntad, sino que viene determinada por la historia. Aunque en España se instaurara un régimen con forma de gobierno democrática (inédito todavía), no se podría debatir acerca de su unidad nacional, porque no son los hechos de existencia materia a tratar por la democracia. ¡España es un bien indivisible! He aquí la frase que queríamos escuchar de boca de ese cobarde absoluto.
La Nación es anterior al Estado y a su forma. La Nación es un todo que sólo se puede definir a través de sus particularidades, las mismas que alimentan las pasiones del nacionalismo. El nacionalista lleva a cabo la barbaridad de poner su pasión ciega a lo particular (el folklore, los usos y costumbres sociales) por encima de la realidad histórica de la esencia nacional con el objetivo de destruirla. Para ello necesita falsear esa realidad y modificar su historia. Pero comete el error de no ser consciente de que ninguna particularidad se puede anteponer al todo. Igual que somos hijos biológicos de nuestros padres, somos hijos sociales de nuestra Nación porque nos vemos arrojados a ella por nuestros progenitores. Los individuos formamos parte del todo nacional y, como parte, podemos separarnos renunciando a nuestra españolidad de forma individual, jamás de forma colectiva, so pena de suicidarnos como Nación. He aquí la terrible encrucijada en la que nos ha metido este régimen de desleales y traidores, de infieles, de cobardes, de corruptos siempre dispuestos a dialogar sobre aquello para lo que no cabe diálogo. Se han aprovechado de nuestra ignorancia en materia política y nos han envenenado con su demagogia; lo que es peor: ¡ellos tampoco saben de lo que hablan! ¡No hay ni un sólo partido estatal en España que no esté influido por el falangismo de José Antonio Primo de Rivera y por las teorías expuestas por Ortega y Gasset en su ensayo “España invertebrada”! Todos ellos creen equivocadamente que la Nación es un proyecto de vida en común y que la única forma de mantenerla unida es mediante el diálogo. ¡Qué confusión!
¿Diálogo para qué?, ¿con quiénes?, ¿con aquellos que desean la destrucción de España?, ¿con los que quieren descuartizar con un serrucho nuestra Patria?, ¿con los embusteros y los farsantes?, ¿con los catetos nacionalistas? ¡A esos, en materia política, no habría que ofrecerles ni un vaso de agua! Pero, ¡ah amigos!, toda esa banda participa del consenso, del diálogo original: el reparto de poder establecido durante la Transición. Diálogo y consenso para enriquecerse y robar con impunidad. ¡Ese es el diálogo que nos proponen mientras llevan a los españoles al fin de su existencia como pueblo! ¡Primero impiden la libertad colectiva y luego nos invitan al suicidio! ¡Ninguna Nación tiene derecho al suicidio! Lo dijo el propio Renan, fuente de pensamiento nacional para Ortega. Da igual el origen del nacionalismo, importa poco que sea español, catalán, gallego, vasco, valenciano, andaluz… porque su naturaleza es idéntica y su objetivo también. Para la partidocracia todo es “decidible”, menos la constitución de su poder constituido sin libertad. ¿Libertad constituyente? ¿Democracia formal? ¡Olvidadlo! Nos responden con chulería. Antes muera España que sean los españoles libres. ¡No se puede ser más ruin!