MARTÍ-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Los maestros de retórica que comentaron la Poética y la Retórica de Aristóteles, así como la Epistula ad Pisones de Horacio son los verdaderos creadores de la pura mitología del carácter nacional. Aristóteles y Horacio aconsejaron en sus sendas poéticas que el autor de teatro – sobre todo el comediógrafo – debía construir los caracteres de sus personajes teniendo en cuenta el sexo, la condición social, la familia y la nacionalidad, puesto que de acuerdo a estas características o rasgos cada personaje debería tener su repertorio de costumbres apropiado y conveniente, y la fábula podría así ser verosímil, ya que, después de todo, es lo “fictum quod verosimile fieri potest” lo que la Literatura Clásica exige al autor de teatro. De ahí nace que los tratados de retórica de los siglos XVI, XVII, XVIII, y XIX estableciesen extensas colecciones de rasgos nacionales vinculadas a cada gentilicio. Todo escritor renacentista, neoclásico y romántico sabía perfectamente qué rasgos caracteriológicos tenía que tener el habitante de cualquier nación. En efecto, el español tenía que ser de una determinada manera, así como el francés, el inglés, el alemán, el italiano, el moro, el turco, el ruso o el holandés debían configurarse de acuerdo a unas convenciones retóricas señaladas en un catálogo cerrado y consensuado por las Poéticas de la cultura occidental. Es así que fue la retórica la que creó el carácter nacional, y no las instituciones públicas ni la historia social o política. Y hoy la diferencia estriba en que cuando Cervantes o Voltaire construían un personaje de una determinada nacionalidad sabían muy bien que su carácter nacional era una pura convención, un juego de literatura, pero cuando escriban Thomas Mann, Mújica Laínez o Heinrich Böll se van a creer en serio la mitología que están escribiendo, quizás por haber olvidado que la literatura y la vida son cosas harto distintas. Es así que la verdadera mitología de los caracteres nacionales vive sobre todo hoy una vida que se toma en serio, a diferencia de la idea que tuvieron los clásicos, los renacentistas y los ilustrados, vinculada a la construcción de personajes verosímiles en el teatro. Poca gente se da cuenta que cuando se habla, en serio o no, de los estereotipos nacionales se está haciendo un mero ejercicio de retórica, iniciada ya de forma consciente con la De Inventione, de Cicerón, y las Institutiones Oratoriae, de Quintiliano.
Fue tal vez San Isidoro el primero que, ya en los siglos tradicionalmente tildados de “bárbaros” – craso error de concepto, pues que “Roma” estuvo presente en la vida europea, al menos, hasta el siglo X -, ensayó una clasificación sistemática de las naciones ( Etimologías, IX ), ofreciendo de paso un rudimentario catálogo de los supuestos atributos de algunas de ellas: “Secundum diversitatem enim caeli et facies hominum et colores et corporum quantitates at animorum diversitates existunt. Inde Romanos graves, Graecos leves, Afros versipelles (taimados), Gallos natura feroces atque acriores ingenio pervidemus, quod natura climatum facit”. La importancia del clima en la elaboración de los caracteres nacionales y raciales se mantendrá en Montesquieu, con ciertos tintes racistas que nunca los tuvo el catálogo isidiriano. En 1500 el humanista flamenco Iodocus Badius Ascensius, para ayudar a los poetas a caracterizar bien a sus personajes conforme a su origen, explica que “Afri sunt versipelles et fraudulenti. Alemani feroces et temerarii. Galli sunt tardo ingenio”. Más extenso es Ianus Parrhasius, que en 1531 considera que el poeta dramático debe dar a sus personajes, según su procedencia, los siguientes atributos: “Lacedaemonii severi, Thebani cupidi, et suis multa condonantes, Beoti crassi, denique Scythe soli crudeles. Itali regali nobilitate praefulgidi, Galli superbi, stolidi, leves Greaci. Afri subdoles (falaces), avari Syri, acutí Siculi, luxuriosi Asiani et voluptatibus occupati, Hispani elato iactantie animositate praepostori ( hombres que se lanzan con pasión a destiempo – seguimos siendo iguales -), Cretenses mendaces, Ventres pigri, Phryges timidi, semiviri, Iudei cordis pervicacia obdurantes ( que aguantan con tesón de corazón).
El genial veroniense Julio César Escalígero hace en su Poética una extensísima clasificación de caracteres nacionales, entre los que podemos destacar los siguientes: “Asianorum luxus, Africanorum perfidia, Europaeorum acritas (agudeza, fuerza penetrante)…Assyri, Syri, Persae, Medi et Bactriani sunt superstitiosi. Indi mobiles, ingeniosi, magicae studiosi. Aegypti ignavi, molles, stolidi et pavidi ( pobres egipcios!). Afri infidi ( en todas las poéticas salen igual ). Germani fortes, simplices, animarum prodigi, veri amici, verique hostes. Suetii, Noruegii, Gruntlandi et Gotti sunt belluae (“bestias feroces”, jolín, con los nórdicos ). Angli sunt perfidi, inflati, feri, cotemptores, stolidi, amentes, inertes, inhospitales, immanes ( vaya, con la flema británica ). Itali sunt cunctatores, irrisores, factiosi, alieni sibiipsis, bellicosi coacti, servi ut ne serviant (¡cómo los conocía!). Galli sunt mobiles, leves, humani, hospitales, prodigi, lauti, bellicosi, hostium contemptores ( todavía lo eran en época de De Gaulle ). Hispanis victus asper domi, alienis mensis largi, alacres vivaces, loquaces, iactabundi, fastus tartareus, supercilium cerbereum, avaritia immanis, paupertate fortes, fidei firmitas ex precio, omnibus nationibus et invidentes et invisi (parece que nos describe hoy)”.
Antonio Minturno en su Arte poetica hace otro largo repertorio de rasgos nacionales. En éste nosotros somos “prontissimi” y los africanos siguen siendo “malitiosi” ( no hay ni un solo rasgo positivo para los habitantes del Norte de África en ninguna Poética ).
En Inglaterra, Thomas Wilson aconsejó en su Art of Rhetoric, de 1533, la caracterización de los personajes según edad, sexo, profesión y nación, y explicaba con relación a esta última categoría que los ingleses se conocen por comilones que cambian fácilmente de opinión ( “for feeding and changing of apparel” ), los holandeses por bebedores, los franceses por su orgullo y volubilidad, los españoles por su agilidad y altanería (“for nimbleness of body and much disdain” – ¡muy machadiano!-), los italianos por su ingenio y cortesía (“great wit and policy”), los escoceses por su temeridad y los bohemios por su testarudez. Del mismo modo, un siglo más tarde, Josuah Pole, en su English Parnassus: or a Help to English Poesie (1657), distribuye esquemáticamente las cualidades sobre las principales naciones europea, diciendo de los españoles que somos “altaneros, arrogantes y jactancisos” (éramos un Imperio!). La Poétique de La Mesnardière (1640) es implacable, pero muy certera, con los españoles: “Les Espagnols présompteux, incivils aux étrangers, sçavans dans la Politique, tyrants, avares, constans, capables de toutes fatigues, indifferents à tous climats, ambitieux, méprisans, graves jusqu´à l´extravagance, passionez aveuglément pour la gloire de leur Nation (¡!!!!!), ridicules dans leurs amours, furieux dans leur haine”. Ahora bien, La Mesnardière admite excepciones individuales que permiten al poeta introducir en sus obras figuras tan inverosímiles – a su juicio – como, por ejemplo, la de un español humilde.
Francisco Cascales, en sus Tablas Poéticas (1585), además de definir los caracteres de una treintena de nacionalidades ( para él los mejores son los flamencos, que caracteriza como “pacíficos y buenos”: había vivido como soldado en la Guerra de Flandes y tenía buenos recuerdos de aquellas gentes ), añade unas líneas al final del catálogo, subdividiendo a la nación española en regiones, cada una con unos atributos propios: “Y en una misma nación suele haber diferentes costumbres. Si consideráis a los españoles, los castellanos son sencillos y graves; los andaluces lenguaraces y presuntuosos, los valencianos fogosos y grandes servidores de las damas; los catalanes, arriscados y montaraces, los vizcaínos, cortos y linajudos, los portugueses amantes, derretidos, altaneros”. ¡Quién le iba a decir a don Arturo Mas que su sueño nacionalista nacía de una Poética con utilidad para el teatro! Pero tiene su sentido que los políticos se instruyan en las mismas convenciones que los actores. Lo malo es que Europa pase matándose con despiadada pasión desde hace doscientos años por puras reglas de Literatura. Esperemos que esta locura literaria ya no se vuelva a dar ni en Vascongadas ni en Cataluña.