MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Desde que el poder político existe como respuesta insoslayable a la naturaleza gregaria del hombre, el ansia de información por parte de éste constituye el principal rasgo de su instinto de supervivencia y, por ende, su más perentoria necesidad. Recordemos que ya para Hegel el Estado era el Saber Viviente, una especie de remedo del Dios omnisciente. Todo poder político, independientemente de la forma de gobierno, ha necesitado siempre para perpetuarse tanto él como la propia comunidad política saber qué piensan sus súbditos o administrados de su ejecutoria y espiar cuáles son los planes de los poderes extranjeros. Prevenir los peligros posibles y hasta imposibles devenidos tanto del interior como del exterior es la función de todo servicio de información, siempre esencial para cualquier Estado. Consciente de que ningún poder político puede justificarse moralmente, el poder siempre piensa mal de los demás, y es incapaz de pensar que pueda haber gente buena sobre la tierra. Es así que la Historia nos aporta centenares de datos sobre el espionaje omnipresente y omnímodo del poder político a sus súbditos o a las potencias extranjeras. El espionaje de otros pueblos acabó con la patente fenicia de teñir de rojo resistente, indecolorable, las prendas, a pesar de todos los cuidados que el ingenio cananeo mantuvo para que no se descubriera la fórmula. El tirano Dionisio construyó un delirio geológico de galerías subterráneas ( La Oreja de Dionisio ) en Siracusa, que le permitía escuchar las conversaciones de los presos políticos, e incluso su paranoica desconfianza hizo que se llevasen las galerías subterráneas a los domicilios privados de los presuntamente adictos para el mismo fin, según Plutarco. La siempre vígil desconfianza del poder hacia todos y todo es la mayor garantía de su preservación, porque el poder se proyecta hacia los demás pensando que todos somos malos. Y es que todo poder es paranoico. En La Vida de Dión, que Plutarco compara con la de Bruto, podemos entresacar anécdotas con las que se puede configurar la naturaleza esencialmente desconfiada del poder: “Dioniosio el Mayor era hombre tan desconfiado y tan suspicaz y medroso respecto de todos los hombres, que no se cortaba el cabello con navaja de afeitar, sino que cuando se presentaba alguno de sus colonos se lo quemaba con un carbón. A su habitación no entraba ni su hermano ni su hijo con los vestidos que llevaban, sino que para pasar adelante era necesario que se desnudara cada uno de la ropa que iba vestido y tomara otra, viéndole desnudo los de la guardia”.
Polibio y Livio nos cuentan cómo Roma hizo espionaje industrial de la avanzada tecnología naval de Cartago y cómo, gracias a ello, también pudo vencer a Cartago en el mar.
Por otro lado, y saltando once siglos, visitar la Aquisgrán carolingia, o Ingelheim, era de las experiencias más complejas y abrumadoras que pudieran vivirse. Notker afirmó que el “siempre vigilante” Carlomagno podía ver, mirando hacia abajo desde las ventanas de su habitación, a cualquiera que caminase por el palacio e incluso lo que ocurría en el interior de las casas de sus aristócratas; de esta forma podía observar “todo lo que hacían, y sus entradas y salidas”. Este precursor del panóptico de Jeremy Bentham, pensador que vivía como espía del Imperio Británico contra los intereses del Imperios Español ( y del de Michel Foucault), aunque sin duda se tratase de una floritura imaginativa de Notker, muestra hasta qué punto se esperaba que aquellos palacios, con toda su complejidad, estuvieran bajo el control directo de los reyes o emperadores, cuyo cargo les imponía saber de todos y de todo lo que pudiese entrañar un peligro posible e imposible.
Por lo que se refiere a los EEUU toda su grandeza económica se fundamentó desde el principio en el espionaje industrial. Ya desde la época de Alexander Hamilton, piedra angular de la grandeza americana fundamentada en el capitalismo, la Secretaría del Tesoro pagó a espías para que trajeran los planos de las máquinas de la gran industria textil inglesa. EEUU ha utilizado siempre la mejor metodología industrial europea para aplastar Europa. A diferencia del estúpido Jefferson, violador sistemático de las esclavas negras que le servían, con las que llegó a tener un ejército de mulatos, Hamilton sabía muy bien que si América permanecía como una sociedad agraria como querían los republicanos jeffersonianos, quedaría relegada eternamente a cumplir un status subordinado al continente europeo, un papel de mera comparsa respecto a Europa, como una potencia de segunda categoría. Así que puso todo su empeño en industrializar el país a partir de la blanca materia prima que daban los republicanos estados del Sur. El problema era que los planos de las máquinas textiles inventadas a la sazón por Eli Whitney y Richard Arkwright estaban celosamente custodiados por Departamentos específicos del gobierno británico, y los ingenieros que las fabricaban no podían salir del Reino Unido sin arriesgarse a sufrir largas condenas de cárcel, e incluso a la ejecución por traición, dado que existía el peligro de que si bien no podían hacer contrabando con los planos de las máquinas hilanderas, podían, sin embargo, memorizarlas y vender esta información valiosa a potencias extranjeras. Pues bien, Alexander Hamilton consiguió comprar con el dinero de Moses Brown a Samuel Slater, colaborador del inventor Sir Richard Arkwright, y gracias a la traición a su país, el flamante Secretario del Tesoro pudo instalar en Rhode Island la primera gran fábrica textil con máquinas que eran réplica mejorada de las que inventase el genio inglés de Sir Richard Arkwright. Durante cinco años las oficinas de Hamilton y Coxe cometieron quince atrevidos asaltos a los más importantes secretos industriales de Inglaterra. Es así que la naciente industria americana nació mediante el espionaje industrial promovido por el Gobierno americano, y ese exitoso padrinazgo jamás lo soltará éste si quiere seguir manteniendo la grandeza del Imperio Americano.
Ni que decir tiene, claro está, que tanto Inglaterra como Francia, Alemana y Rusia han robado durante el siglo XX distintos descubrimientos e inventos del cacumen americano, como, por ejemplo, mucho de lo que tiene que ver con la carrera espacial o el mundo de la microbiología, la cibernética, etc.
En estas circunstancias, como es imposible aducir ninguna causa noble, ninguna de las grandes palabras, para justificar la traición a la patria de Snowden, sólo podemos concluir que lo único en lo que ha sido fiel Snowden al espíritu americano es en su inclinación al instinto capitalista y mercader, estando absolutamente convencidos de que Snowden ya lleva muchos millones de dólares ganados como traficante de información dañina a su país. Si fuera español no le ocurriría nada, pues que la tolerancia que tiene España con el crimen, sobre todo con aquél que la hiere y asesina, está siendo ya una leyenda en el ancho mundo – en algo tenemos que empezar a ser grandes -, pero Snowden es americano, y el orgullo que tiene los americanos de serlo es todavía grande, gloriosamente grande…Y debería tener cuidado por su salud.