JAVIER TORROX.
Hubo un tiempo en el que había intelectuales, gente erudita que cuestionaba las cosas y que tenía la decencia de ponerlo por escrito. Eran personas conocedoras del pasado que había precedido a su presente y que ponían los dedos en las llagas que le adivinaban a lo por venir. Eran también profesionales de prestigio en sus ocupaciones y la exposición pública de sus reflexiones tenía repercusión en la sociedad. Unos defendían unos planteamientos mientras otros defendían los opuestos o sus posiciones eran, simplemente, ajenas a las de las corrientes mayoritarias. No era posible coincidir con las ideas de todos, pero cada uno de ellos coincidía con sus propias ideas. Eran intelectuales insobornables, no había oro en el mundo capaz de traficar con la dignidad de quien se sabe depositario de una porción del conocimiento acumulado por la humanidad.
Hoy no hay nada de lo anteriormente descrito. Ninguno de los que hoy gozan de reconocimiento público como intelectual está dispuesto a tomar partido y aún menos a hacerlo hasta mancharse. Caminan asépticamente de puntillas por este régimen moribundo y enemigo de la libertad, rodeados de la misma podredumbre que percibimos el resto de los mortales. Sin embargo, los que hoy pasan por intelectuales no se aperciben de lo que nos es evidente a todos los demás -o acaso callan pese a verlo, aunque no es este el tema que nos ocupa-. Lejos de señalar el mal (el juancarlismo) y su origen, juegan a arrimarse a cada una de las facciones (los partidos estatales) de este mal, en ello se ocupan en lugar de denunciar la conversión de los imprescindibles partidos políticos en deleznables partidos estatales.
No es necesario ser un intelectual para percatarse de que existe un conflicto insoluble entre las palabras y los hechos de todas las instituciones vertebradoras de esta monarquía de partidos. Lo que dicen y lo que hacen jamás es la misma cosa. Y para disimularlo cuentan con la colaboración diaria de los principales medios de comunicación.
Y los intelectuales callan. Cada quien tiene sus motivaciones para cada acción y estos intelectuales de hoy sabrán por qué se afanan tanto en cubrirse con la ignominia de ser indiferentes a la ausencia de libertad, a la ausencia de representación política de los electores y a la imposibilidad de que los gobernados elijamos directamente a nuestro Gobierno.
¿Dónde estáis, intelectuales? ¿Por qué sois indiferentes a nuestro sometimiento político? ¿Por qué colaboráis con quienes nos someten y nos privan de la libertad política? ¿Por qué nos habéis dado la espalda a los ciudadanos?